SÉNDER: ironía e Historia.

Una novela para hoy.


El narrador es la certera expresión de la ironía. Quiero decir que es la misma ironía rediviva, o que hay en él una radical pretensión de ironizar. Carolus Rex es una hermosa sustancia irónica, un gran ejemplo de ironía latente, y patente. Una magnífica novela.
Primero. Toda ella, la novela digo, es ironía, sutil burla de la decadencia del españolísimo imperio, de las mentecateces encarnadas en su augusta casa real, aristocracia y alto clero, de su más que ganada a pulso crisis y extinción. Se presentan así los hechos como acontecieron en realidad, pero por lo bajo huele el tufillo de burla reprensible. Aquellos acontecimientos no son sino para reír, si no fuera porque están presentes los momentos excelsos de la españolidad; entonces dan grima, porque esta novela chorrea hasta el presente más actual, chorrea por la venas de la historia y llega hasta lo que somos y a cómo nos vemos. Un rey estúpido, compulsivo, conscientemente obsesivo que, no obstante, el lector experimenta a veces ser el más lúcido, el más inteligente, el más cuerdo de cuantos personajes lo envuelven: la reina madre, el valido, el nuncio de Su Santidad, altas jerarquías eclesiásticas y tanto noblecillo badulaque y pretencioso que pulula por las páginas, por no descontar la histriónica camarera mayor.
Apenas se salvan María Luisa de Orleans, la reina, que encarna el fresco vitalismo no carente de ingenuidad; el hermano del rey, el bastardo, a quien no le queda más que morir fracasadas sus ansias de poder; Calderón de la Barca, por viejo, por literato, por distante, por posible admiración del camuflado narrador. El enano don Guillén que espanta “los Pepos”, esos fantasmas de la Guinea, que acechan en cualquier rincón de palacio. Y los extranjeros, personajes que entre tanto estridente, bien pueden pasar por normales.
Segundo. Porque hay hechos que son de pura comicidad, señalada sin embargo la seriedad de su momento. La momia de San Isidro en el lecho del agonizante Felipe IV, por cuya repulsiva presencia, Carlos no dio el beso de despedida a su padre. La pretensión del rey de yacer con su “vellocinita” y “gabachita” en le cripta del Escorial, para purgar ese supuesto maleficio que le impedía engendrar. El exorcismo de Carolus, en el que la estupidez general contrasta con los momentos de lucidez del exorcizado; retrato de la imbecilidad subyacente a toda una corte de personajes cortos, y la cortedad de un rey que ganaría fama de imbécil.
Tercero. Porque los recursos de la trama son empleados con soltura y sorpresa para crearle espacio al humor. Van y vienen de improviso, acechan, se barruntan, se les desea, envueltos en un halo de incomprensión y sinsentido. Ejemplos como la constancia del catalejo que, en sus manos el rey pliega y despliega, acercando lo deseado (Maria Luisa) y alejando lo odiado (a su madre); el pudridero de la cripta del Escorial con el que desasosiega a la reina; la “fiera afeminada” en que considera el rey su naturaleza; el hecho de si el rey “cría o no cría”, piojos se entiende, lo que le sirve el sobrenombre de “rey piojoso”; el trasunto de la virginidad de la reina; el destierro de los hombres que por ayudar a la reina en la caída de un caballo, vieron sus partes pudendas y el obsesivo recuerdo que queda de ello en la mente del rey; la insaciable enemiga contra el embajador francés; el hecho de que Luís XIV sea rey bailarín, vencedor en el lecho y en las batallas. Es incluso la misma ironía la que mata a don Juan de Austria, el príncipe bastardo, hijo de la Calderona.
Cuarto. Porque el uso del lenguaje es magistral. Veamos el caso de algunas inocentes muestras:


“Pidió el rey al delegado apostólico que convocara los espíritus de los gloriosos tataradeudos para asistirle en la fecundación de la princesa de Orleáns, que él por su parte invocaría una vez más a los profetas más celebrados en materia de fecundidad”.

“Al llegar la marquesa el enano negro don Guillén, que andaba por allí, acercó su tercer taburete, olió el aire y dijo:
-Está bien.
-¿Qué es lo que está bien?
-Que no hay Pepos …”

O este otro:
- (…) los terranovas tienen dientes y son leales a su señor, pero no hay que usarlos ¿oyes?
Soltó a reír él mismo de su ocurrencia y mirando a la duquesa de reojo le dijo aún:
- ¿Tiene chispa, eh?
Ella no se reía nunca. La gente había olvidado la última vez que vio reír a la duquesa de Terranova.

En fin, porque en Ramón J. Sender se deja ver la risa y el amargor a partes iguales. La risa por la España que fue. El amargor por la España que no pudo ser; y esta, la que no puede ser, es la España repetida por la historia, es, parece, la sustancia de España, la sustancia que aún respiramos.




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