ANTONIO GARCÍA DE DIONISIO Y LA ESPERA




TOTALIDAD DE LA ESPERA.
de
Antonio García de Dionisio.



I. El sentido filosófico de la Poesía de Antonio García de Dionisio.

a) Latencia.
Hay en toda la poesía de Antonio García de Dionisio, en toda su palabra, una dimensión filosófica, me atrevería a decir que metafísica, buscadora, cuando no portadora, de lo profundo, esto es, de lo latente. Por eso su poesía, y en especial Totalidad de la Espera, como sus casi parejas Espacios vacíos y Poemas para una voz sin nombre, son poemas de lo latente, de lo profundo, guardan una oscuridad recóndita que el lector tiene que atreverse a paladear, en la que hay que aprender a sumergirse. Aprenderse y atreverse, diría, descorazonando de cerca la espera, tentando los espacios, haciendo suyos los poemas de la voz sin nombre. En los que descorazonar de cerca, tentar y hacer propios los poemas, es hallar la patencia de la poesía.
Pero no es suficiente con esto. Ya los títulos dicen mucho, orientan, alfombran el umbral de la latencia, de lo latente, de lo que está sin estar del todo: “totalidad de la espera”, “espacios vacíos”, “poemas para una voz sin nombre”, no son sino invitaciones a una búsqueda irrefrenable, búsqueda en dirección a lo hondo, a lo imposible, esto es, a lo no patente.


b) La conclusión incisiva.
Podríamos decir que nos encontramos ante una poesía del sentido sentido, una direccionalidad inteligente, porque acaso duplicamos la palabra sentido, de un lado, siguiendo la dirección de la inteligencia lógica que ubica los pensamientos y las cosas de que se piensa en el mundo. De otro lado un sentido del sentir, forma impersonal del participio, que lo es de la sensibilidad, por la que las cosas del mundo, y el mundo mismo, quedan adheridas a la piel del poeta, del poema y del lector sentiente.
De ahí que muchos de los poemas de García de Dionisio tengan el desenlace de los aforismos, rebañen en el cuenco de la poesía sentimental las migajas de la filosofía racional, se comporten como la conclusión inexcusable e irreverente de la conclusión de un silogismo, pero en el mundo del sentimiento.


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II. Latencia y Conclusiones de Totalidad de la Espera.


1. Espera.

Hay, tiene que haber en la espera una absoluta confianza, con-fianza, un fiarse con un fiarse de, es decir, una fe, una especie de fe. La fe de quien confía en el futuro, en el mañana, en el sino al que en cierto modo se encuentra arrojado y que le hace esperar. Porque la espera tiene puesto todo su ser en lo que ha de venir, en lo que viene que es a fin de cuentas su sentido.
Hay un vínculo inextricable entre lo que es la espera y la esperanza. Por lo mismo, el desconfiar, el no fiarse, la pérdida de fe, lleva de la mano a la desesperación, que es la emoción que toma el pulso a quien desespera.
Pero, igual que hay un contrario para la esperanza, la desesperanza, no hay un contrario para la espera, no hay un “la desespera”, sustantivo inexistente pues carece de sentido, de fe, de esperanza y por lo tanto de posibilidad.
Ahora bien, de esa espera, no nos habla el poeta íntegramente, nos habla de su totalidad, “totalidad de la espera” –de ahí el desprendimiento del artículo en el título, la ausencia de determinante en el sintagma-, así como si la totalidad fuese su naturaleza ínsita, la espera un todo, como un cosmos, como un orbe en el que el poeta mismo se halla inmerso y por supuesto perdido. Por eso es “poetizable” la espera, un todo dentro del cual no cabe, y por lo tanto no puede existir, “la desespera”.
Es, pues, como si todo fuese, a fin de cuentas, espera y nada pudiese existir fuera de sus límites, remedo insoluble de la triste esfera de Parménides.

2. Totalidad y parcialidad de la espera.

Y no obstante, dentro de su totalidad, la espera muestra rostros diferentes, plural naturaleza. Es un asomo de su carácter parcial, de su parcialidad, parcialidad de la espera porque no hay en realidad espera, sino esperas, plurales partes de la espera misma, las caretas con las que se asoma a la vida.
¿Y qué partes son estas? ¿De qué están hechas? ¿Cuál es su materia? ¿No son sus pluralidades ejemplos de una esperanza partida y rota?

A.
Totalidad y Muerte es el título que abre al primer bloque de este poemario. La totalidad se asume a la muerte, “totalidad de la espera” es pues la recompensa final de todos los mañanas y futuros posibles: la muerte. Nos lo dice Pasos, poema con el que, llamada inmaterial y tremenda, se inicia el poemario:

Los pasos son preguntas
rostros que nada dicen
inamovibles logros que nos atan
al dolor
(…)
Los pasos
no nos dejan llegar
más allá de la muerte.

Los pasos no son sino las parcialidades de la vida, esas parcialidades que pretenden, esperanzadas, oponerse a la totalidad franca y terrible. En ese panorama, las parcialidades, son los distintos rostros que toma la muerte, las caretas tras de las que se camufla y quiere pasar desapercibida. Y así es, como se nos dice en el poema Hora; que en cierto modo, la espera es


… lo que esperan
los hombres conseguir…

y que hace absurda la realidad de la tristeza. (Tristeza).

O como descorazonadoramente se dice en Madre:

Quizá la madre sea
la que espera más hondo
cruzar entre los miedos

nadie como ella sabe del dolor
del misterio escondido que nombra lo que somos
ese buscar sin ver lo que la vida guarda
detrás de los silencios.

Es la madre intuición de la letal esperanza que se equipara a la muerte, sospecha del mundo, de la vida, sorteado de inexistencias, de todo, en sus inexplicables y enigmáticos silencios. Vacíos de la vida en los que no hay mayor esperanza que la de la madre misma, puestos sus ojos en el horizonte de aquello a que dio el ser, una esperanza rebelde, sin duda, al final fatal que ella misma sabe,

misterio escondido que nombra lo que somos.

Y la esperanza, por qué no, es también huida. En Huida (poema de este Totalidad y Muerte) nos dice el poeta que

Ha escondido la luz
(…)
la esquina disonante de la espera
(…)
Para concluir:

la luz nos distorsiona
el ángulo perfecto de la huida.

La luz, esa luz que puede ser la iluminación, el saber, la racionalidad, distorsiona y oculta el vértice oscuro tras el que se oculta la totalidad, la espera misma ¿Qué es entonces esta luz, sino la antimetáfora de la tradición poética, que nos vuelca sobre la desolación de la espera? La luz es el sinsentido, la clarificación del sinsentido de la espera, el velamiento de su condición trágica, del destino final, la que oculta lo disonante de la espera que sería verdadera angustia y pura desesperación, la luz es la distorsionadora del ángulo perfecto de la huida, un opiáceo nada más. Porque si la luz platónica ha sido siempre la desveladora de la verdad, no hay más verdad que el final de los pasos, la huída, lo que la madre sabe e intuye, la muerte.

Y así concluye esta primera parte del poemario, con los versos de “Espera”. En que esta se ofrece como una clausura y fin, como el presagio y desvelamiento de su totalidad:

(…)
El rito de la espera clausurando
Los miedos invencibles
(…)
Totalidad y muerte
Espera decisiva entre agostos sin sueño


B.
El segundo de los bloques del poemario aparece bajo el epígrafe Cuando el amor se cruza. Como si en la espera de la muerte, que es la totalidad, hubiese al fin una esperanza. Mas ¡ay! Es una esperanza que se cruza. En ese fluir de los relojes, del tiempo -metáfora archipresente en la poética de Antonio- el amor muestra su naturaleza tangente, y si bien eterna, incompatible con los relojes y sus esencias. El amor se cruza en la vida como una tormenta, como una pasión. Pero su carácter tangencial ni mucho menos salva del preciso destino, si acaso le da un toque de divinidad, de belleza, de haber merecido la pena el haber sido vivido.
En el poema VII, dice el poeta

La espera es un dolor interminable
que el tiempo no comprende
(…)
un proyecto sin luz que nos violenta
el ritmo de las cosas

ese desnudo amor que no queremos
permitir que nos hable.

La espera es un proyecto sin luz, (porque luz y espera son incompatibles) un amor desnudo al que no dejamos decir palabra porque nos transportaría al mañana, al futuro, al no-hoy, es decir, a la imposibilidad de amar. Ese mañana –y he aquí que aparece de nuevo la antimetáfora- está iluminado por la luz que es “la nada necesaria”, tal cual se dice en el Poema II. La luz, esa luz no hace sino iluminar

Todo lo que soñamos cuando el sueño
renombra los futuros entre signos
que el ayer desmorona

El tiempo siembra las ruinas de la desesperanza. Un campo de pasados se abre ante nuestra espera, en el que hemos sembrado, precisamente eso, ruina. De ahí que sea el amor el presente presente, la cierta evidencia, el otro lado de la espera con su monstruosa totalidad; el amor, que al cruzarse, abre un cabo de sentido en el sinsentido. Y así puede decir el poeta, dichoso de haberle sido revelado este sentido:


Me dijiste “amor te espero aquí”. (IV)

Y ese “aquí” que es el aquí presente, retumba como un hecho flagrante, el hecho del presente, un presente casi eterno. Ese esperar aquí es la única esperanza real, la verdadera, una esperanza que no se funda en futuros.
Y esta es la gran paradoja, que es la espera-esperanza que no debe callar.
Pero con todos sus goces, pese a su eterno aquí, el amor no acaba sino por ser fanal de vida, y entonces se revela la esencia lumínica que deforma, que oculta la gran verdad, porque calla, el amor calla, lo hacemos callar en la esperanza vana de que no pase.
De ahí la disidencia.

C.
Disidencia y espera es la tercera parte de Totalidad de la Espera.

En el amor, concluíamos, silenciamos que todo es espera. Aunque el poeta lo sabe, lo desnuda y lo dice. Bien nos gustaría sospechar que el amor es de otra naturaleza, de la naturaleza de lo eterno que no pasa, de cuanto no pertenece a la familia del tiempo, que él y el transcurrir resultan incompatibles; nos quedaríamos entonces arropados bajo sus abrazos, y esto no es posible. Sería espera: otro de los rostros de esa ufana totalidad. Al poeta no le queda sino disentir, tomar el “contracamino” y anunciar en Esclavos sin precio que

El tiempo es como un miedo que nos tiene atrapados
nos mide y nos transforma en esclavos sin precio
forjadores del sueño que nos falta
intentamos librarnos del mito que creamos

Intentamos tal vez librarnos del mito haciéndolo eterno, como ocurre con el amor. Todo, en el acontecer, se convierte en una terquedad infructuosa, en una descorazonadora recreación de mitos, de sueños imposibles condenados a ruina: humo y sueño son las cosas que el ser humano proyecta, siente y desea. Pero el hombre es terco, su naturaleza es la terquedad. Y Terquedad es poema confesión en el que García de Dionisio se desviste de esa humanidad, se hace consciente de la fatuidad de todos los proyectos; allí dice

Escribo mientras sueño lo que escribo
(…)
giro las manecillas del reloj
contrarias a la hora

me reduzco a poema
y soy la terquedad que se resguarda
del hombre que la piensa

Reducirse pues a poema, persistir en el poema, desvestirse de la humanidad, resguardarse de ella y retar al tiempo en forma de poesía, terquedad infructuosa en que el poeta quisiera quedar eterno, inmóvil, infranqueable a la totalidad … pero es necedad:

Ante la necedad quede la prueba
del rostro y la paciencia del que espera
cansadamente solo

La necia espera de la nada. ¡A qué triste sino nos condena el poeta! Claro que con él nos hacemos verso, necio verso, irónica vivencia del destino en que la totalidad nos retiene atrapados. De los últimos versos de este libro, mana esta humana tragicomedia desvelada cuando dicen, (Tras la puerta cerrada):

Detrás queda la muerte con sus ritos sagrados
haciendo de la vida una parodia
sensual y atractiva
Algo que nos demora
el rostro incognoscible tras la puerta cerrada.

Frente a esa puerta estamos.


EPÍLOGO.

Totalidad de la espera subsume la tradición literaria del tempus fugit; de la meditatio mortis, del in hac lachrymorum valle. Los trae al mundo de la vida, sin hacer partícipe directa a la muerte de la aventura de su poesía. Sin querer darle tampoco signos de protagonismo. La muerte no es protagonista, sino que está latente. Esta es la radicación de su originalidad, una originalidad acaso muy en sintonía con la poesía de Angel Crespo con quien coincide además en otra constante, la perplejidad que siente el poeta ante la luz, el miedo a su naturaleza “desvelante”, a su tradición divina, a su sentido eterno, que aquí se muestran rotundamente travestidos.
De todas formas, espera y luz quedan subsumidas en la gran vertiente del río creativo de García de Dionisio: el tiempo, y en esa tarea que es el discurrir, nos deja, casi abierta, la puerta que creemos que estará siempre cerrada.