¿CRISIS? Las tesis de Jeffry A. Frieden.


CRISIS, GLOBALIZACIÓN Y ECONOMÍA. Un tiempo a dos aguas.
Para empezar.
Estas son las últimas líneas de la “Conclusión” que Jeffry A. Frieden, especialista en Relaciones políticas internacionales y economía financiera, da a su libro Capitalismo Global. El trasfondo económico de la historia del siglo XX:
“La historia de la economía mundial moderna ilustra dos cuestiones: primera, las economías funcionan mejor cuando están abiertas al mundo. Segunda, las economías abiertas funcionan mejor cuando sus gobiernos atienden a las fuentes de insatisfacción con el capitalismo global.
El reto del capitalismo global en el siglo XXI es combinar la integración internacional con un gobierno políticamente receptivo y socialmente responsable. Los ideólogos actuales con muchos galones –ya sea pro o antiglobalización, progresistas o conservadores-, arguyen que esa combinación es imposible o indeseable; pero la teoría y la historia indican que es posible que la globalización coexista con políticas comprometidas con el progreso social, y corresponde a los gobiernos y a los pueblos poner en práctica lo posible”.
Esta es, pues, la lección de la Historia económica del siglo pasado, según Frieden, de la que de forma inevitable somos herederos. Y no simplemente herederos, porque su componente bipolar, ese su mirar bifronte, hace responsable al siglo XXI de la sintonización o de la superación de una aparente contradicción. En efecto, la lección parece ser la siguiente: de un lado, que hay que tener en cuenta las teorías macroeconómicas, especialmente las globalizadoras, trasunto imparable este en la marcha de la economía mundial. De otro lado, que se hace necesario atender en cierto modo a las demandas sociales y a ciertas críticas “antisistema”, como perspectivas correctoras de los abusos del capitalismo.

Sinopsis de la Historia económica del siglo pasado.
La historia del siglo XX es, al parecer, suficiente aleccionadora en este sentido. La globalización, consecuencia de la postindustrialización, o de las revoluciones industriales, puso sobre el tapete del diseño político el liberalismo más radical del “dejar hacer, dejar pasar”. Los gobiernos de los países desarrollados se echaron en manos del “Patrón oro” y se abrieron al mundo en una frenética carrera por la conquista del goloso comercio internacional. Pero este capitalismo no sirvió sino para estimular intereses particulares y afrontar el colonialismo como otra carrera más. Los beneficiarios fueron pocos, los roces y conflictos muchos. Además, partidos socialistas, sindicatos, por no olvidar los perjudicados agricultores norteamericanos o los industriales ingleses que veían volar el capital inglés al extranjero, tampoco consideraban con buenos ojos estos usos globalizadores y su patrón monetario.
El ajuste de las monedas al patrón oro, impedía cualquier manipulación monetaria para vadear las crisis, los valles de la economía. Los perjudicados: obreros en el círculo de los bajos salarios y malas condiciones de trabajo, algunos industriales que no podían hacer frente a la dura competencia externa, los dueños de minas y los agricultores, que vendían sus productos a bajos precios o que sufrían el abaratamiento globalizador. Todos ellos desconfiaban, protestaban. La crisis económica general, que tomó cuerpo definitivo en el 29, dio con la ruptura del primer paso globalizador, estaba claro que a la economía no se la podía dejar hacer, que los gobiernos se veían en la necesidad de intervenir.

Varias fueron entonces las alternativas al liberalismo económico, masajeadas tal vez por las violencias de la Gran Guerra, del ambiente de preguerra y de la Segunda Guerra Mundial: la autarquía fascista, el modelo centralizado de la planificación socialista, el Estado del Bienestar de la Democracia social.
Las dos primeras, economías de carácter estrictamente nacional, demostrarían su inviabilidad a largo plazo por más que sus éxitos iniciales sirvieran de modelo a muchos. Otra cosa sería la alternativa que hallaron las democracias, reactivadas esta vez por los partidos de izquierda y con vocación obrera. El liberalismo se dejaba reconducir por una política monetaria que evitaba la caída de precios y una política fiscal diseñada para mantener la actividad económica. Se corregía, así, los efectos más perniciosos del capitalismo. Es el momento del deslumbrante brillo de la teoría keynesiana: el endeudamiento del Estado es fundamental si se desea reactivar la economía; esta es la forma más eficiente de estimular al capital para crear puestos de empleo y riqueza.
Gracias pues a la socialdemocracia, podemos decir, la globalización no perdería del todo su horizonte. Estas democracias progresistas estaban dispuestas, y preparadas, para cooperar y mantener el comercio internacional. De hecho, el fin de la Segunda Guerra Mundial traerá los acuerdos de Bretton Woods, momento en que, a decir de Frieden, Estados Unidos, el dólar, se convierte en el director de la orquestación económica del mundo.

Por su parte, este periodo de estabilidad e internacionalización, al margen comunismo, posibilitaría el surgimiento de nuevas políticas económicas en los países subdesarrollados, las famosas ISI, políticas de Industrialización sustitutiva de importaciones, especialmente en Latinoamérica. Con base en medidas proteccionistas sobre una industria volcada al mercado interior. Medidas que, en un principio, posibilitaron el desarrollo de las urbes y el surgimiento de una clase media potente, consumidora de bienes manufacturados. Pero que a la larga acabaría por demostrar su insuficiencia endogámica.
Frente a la ISI, que se extendió infructuosamente por Asia y África, algunos países asiáticos optaron por industrializarse con el objeto de exportar sus productos, precisamente, a los países más industrializados; esto las hizo más competitivas, si bien en muchos casos a costa del obrero.

A partir de los años 70, Bretton Woods estaba roto. EEUU no podía soportar con su moneda el tirón de la competencia y la nueva dinámica de la economía mundial. Se entraba en un nuevo periodo de crisis: recesión económica, carestía del petróleo y “estanflación”. El gobierno de Carter subió los tipos de interés con objeto de beneficiar a la comunidad financiera. Se sacrificaba así la producción industrial, los ingresos familiares y aumentaba el desempleo. El resto de países capitalistas imitaban estas medidas, en tanto el Tercer Mundo veía cómo se disparaba su deuda, y las ISI entraban en contradicciones insolubles por falta de capital y caída de sus exportaciones. Poco después, el Comunismo colapsaba.
Sin embargo, el fortalecimiento financiero abría posibilidades a una nueva época de neoliberalismo, este es el origen de nuestra herencia, y la génesis de nuestro problema.

El neoliberalismo. El problema hoy.
Sobretodo, porque el nuevo liberalismo nos ha vuelto a la conciencia de un mundo dividido, de una brecha abierta entre desarrollo y subdesarrollo que persiste al margen de toda proyección ética, como un insulto a la inconmovible base de los derechos humanos. Porque tal vez uno de los aldabonazos a esta conciencia haya sido la irrupción de las economías emergentes que, de repente, se muestran competidoras implacables de aquellos que dominaron el proceso del llamado capitalismo global.
Y más, pese a las vinculaciones de la política económica en diversos regionalismos cooperativos (UE, Mercosur, ALCAN), las nuevas tecnologías y la rapidez de inversión hacen incompetente cualquier forma de control por parte de los Estados. En efecto, ante el poder de inversión de los que se han denominado “especuladores”, incentivados por la velocidad que adquieren sus decisiones, las correcciones de los Estados poco tienen que hacer. Los Estados se han quedado, o se están quedando al margen de la globalización, y grandes economías pueden tambalearse por decisiones especuladoras.
Las gigantescas empresas, con intereses en diversos Estados, se escurren de las manos del control político estatal y dinamizan según antojos y beneficios.
El capitalismo global, en el que estamos embarcados, como señala Frieden, está frecuentado por turbulencias, el capital igual fluye que desaparece, la competencia está al orden del día, lo que para unos es defensa de la diversidad (antiglobalizadores) se traduce para otros en persistencia del subdesarrollo; en fin, es la nuestra una época problemática, época heredera de contradicciones. ¿Será posible la “gobernación”, esto es, la creación de instituciones que permitan el control del mercado global y mundial? ¿No han de ser éstas con el firme objetivo de rendir cuentas, es decir, que justifiquen, beneficien y representen a todos los estados del mundo?
De aquí parece derivarse la tesis del profesor Frieden, ni es posible el capitalismo global dejado a su poder, ni es posible el regreso a una política económica de carácter nacional. Si esa gobernación y esa rendición de cuentas llegase a cuajar a nivel universal, sí podríamos hablar entonces de una nueva época del capital, de una etapa histórica alejada ya del capitalismo fiero con que se iniciara el siglo XX.

Ahora bien, deberíamos tener en cuenta diversas pautas con el fin de saber qué es lo que realmente hemos heredado. Saber por ejemplo que no puede obviarse que la caída del comunismo en los años 90, dio alas al viejo capitalismo neoliberal que poco a poco parece imponerse, pese a las ideas de “refundación del viejo capitalismo” con las que tanto se alardea hoy en día. Es como si al caer el soberbio muro hubiese renacido una vieja época dorada que justifica que solo la economía de empresa, mercado y finanzas, es la economía viable, la economía de la libertad. Vergüenza debería sentirse cuando tan alto porcentaje de semejantes pasa hambre.
Deberíamos aceptar que la socialdemocracia ha sido clave a la hora de mantener el proceso de globalización, que ha sido uno de sus puntos de apoyo y de proyección, motivación persistente de la globalización y apertura al neoconservadurismo de los 90. Y mal puede llamar la atención sobre los intereses del bienestar de la población quien es ya incapaz de ejercer un control sobre la economía. Las vicisitudes económicas de la socialdemocracia terminaron en la crisis de los 70, la inversión en gasto social no siempre vale en un economía de mercado y global. Tarde o temprano hay que beneficiar a la comunidad financiera. La “teoría de la imposibilidad” de Mundell es bien reveladora a este respecto; de la movilidad de capital, del cambio estable de moneda, de la independencia monetaria, de estos tres factores esenciales, el Estado solo podrá regular dos, hay uno que siempre se le escapará, el Estado es pues un elemento más en el control económico, y no el esencial.
Además, esta situación global de la búsqueda del beneficio, vive de una, tan extraña, como densa conspiración, y es que la velocidad y tamaño del sistema financiero que da posibilidades al mercado internacional es al tiempo la primera y más evidente causa de su desestabilización.

Entonces habremos de preguntarnos ¿es la tesis de Frieden una doble tesis, un estar en dos sitios a la vez? ¿O por el contrario debemos decir que son los atisbos de una nueva época en la economía, de una economía global para un mundo global? Y otra cuestión más … ¿realmente el capitalismo ha sido vencedor, nada hay más allá del capitalismo? ¿No será la ciencia económica, la teoría económica y la historia de la economía una justificación del capitalismo?