72 EXPOSICIÓN INTERNACIONAL DE ARTES PLÁSTICAS

VALDEPEÑAS: Imágenes y palabras bastan.




Un nuevo espacio. Creo que acertado nuevo espacio. Las salas amplias, sin exceso de amplitud. Montaje pulcro, sencillo, luminoso, transitable sin molestias. Bueno, digamos que, para el caso de la escultura ... pues eso, lo que pasa con la escultura ¡qué dificil es guardarla bajo techo! ¡Qué difícil darle oxígeno! Si, un tanto constreñida. Aunque parece tener un curioso remedio: darle privilegio expositivo a las esculturas de Belmonte, que ocuparon el hall central.


(Abajo) La artista invitada: ELENA LAVERÓN.
Gustará el ritmo de su escultura. Pero eso, el ritmo. Elena Laverón es escultura que debe mucho, demasiado a sus fuentes. Sea.






(Arriba) La Escultura ganadora, Tropismos N40 W04, obra de Mayte Alonso. Sí, muy a propósito la foto de arriba. Porque con ser una escultura curiosa, mínimamente curiosa, es, desde mi punto de vista, una escultura boceto, esto es, que demanda formato arquitectónico. Poca cosa en la escala real: escultura que ganó la Medalla de Oro de la Exposición.





Buena, discreta pintura y poco humo, la verdad. Hay que atinar mucho para ver en esta suerte de concursos una obra que lo eche. Ya saben, que impacte. Les supura la maniera. Por eso, con ser muy estética, por traer aromas del paisajismo romántico y del tradicional chino, diremos eso, que la obra ganadora no está mal, que destaca de sus acompañantes, que, en efecto, mereció ganar: "Sin título. Serie Lost" de Aitor LAJARÍN. (Arriba en su contexto: el cuadro azul).






(Arriba) Las populares obras de Belmonte, como otros visitantes cualquiera de la exposición, pintorescos desde luego. (Abajo) Algunas de las obras escultóricas seleccionadas, menos privilegiadas en cuanto a espacio.







En fin, algo pasa con esta suerte de "competiciones" artísticas. Algo que las llena de buena pintura, si, buena escultura tal vez, pero que carecen de eso, del calor del arte. ¿O el arte ya es así?




Dentro y fuera. Paradoja de la realidad. Antonio López.

Andrés Corriendo. Escayola, cera y estructura metálica. De Antonio López. (2004)



Andrés corre ilusionado –fascinado en realidad- hacia alguien, hacia una referencia que está fuera del contexto artístico, fuera de la obra de arte. Fuera y dentro a la vez.Su menudo cuerpo descansa en el impulso de las piernecitas, en tanto el gesto de los brazos nos pone en la situación del difícil equilibrio, en el momento, quizás, de la recepción de otros brazos, en la inestabilidad de un corredor aún poco experto.
Es su rostro sin embargo lo que nos embarga, expectante ilusionado, tomado de la alegría: los ojos bien abiertos, mirada al frente, la pequeña boca entreabierta a punto de emitir no sabemos si un grito, unas risas, un nombre …
Fuera y dentro. Este cuerpo es expresión de una fuerza física que lo impulsa en pos de una ilusión. Este cuerpo es expresión del alma en el momento en que el alma no es ella misma ni depende de ella, el alma de un niño entusiasmado. Dentro su propia energía, esa energía que rebosa, corporal y mental en la materia barata de cera y escayola. Fuera, un motor inmóvil que gestiona toda esta energía, que atrae con su fuerza la sonrisa del niño y el impulso de su cuerpo y que por lo tanto, en cierto modo, está dentro.
La escultura es lo patente. La obra de arte, la física presencia de la destreza del artista, lo hecho, lo definitivo, lo que el espectador ve, al menos, en un principio. Aquel motor inmóvil que la despierta toda, es lo latente; lo que no está pero actúa realmente sobre el movimiento de Andrés, lo que le enerva y consume, lo que le da en cierta forma la vida. Es la excusa de la obra de arte, la excusa de su física presencia, la excusa de la necesidad de su representación; la excusa que sale más allá de la obra real, a lo “transreal”, a lo surreal, a lo que está más allá de lo real. Lo que está fuera y sin embargo dentro.
¡Qué curioso! ¿No es precisamente a ese más allá al que se encamina el pequeño Andrés?
Porque si nos quedamos con la obra física, no veremos sino la magnífica, maravillosa gestación de la realidad, la mímesis de la realidad ungida por las manos del gran escultor que es Antonio López; el manchego Antonio López. Pero si miramos allá donde mira Andrés, nos sentiremos catapultados a otro lugar que no es del todo el lugar del arte sino su excusa.
En el dentro de la obra, adoramos este cuerpecito en movimiento inestable, inestimable estudio de la realidad de los pequeños semovientes. Sentimos simpatía por este gesto cargado de positiva disposición, de alegría, que es la que aligera su carrera y aminora los riesgos de inestabilidad. Loamos la maestría de la mano que nos ha legado para el disfrute este vínculo de cuerpo y alma, de forma externa y expresión interna. El cuerpo apenas rematado, carente de detalles, con la materia expresa en su brutalidad, es el delirio de los cuerpecitos que alguna vez hemos conocido. Eso sí, el detalle de su zapatitos, cuya oscuridad resalta sobre la materia blancuzca y lechosa. Los zapatos son otra expresión de lo real, como un “ready made” de aparatoso afán que explicita la transmutación de lo ente vulgar en ente arte, a la vez que hace de mágica presencia-ausencia de quien los tuvo. Al final son lo más real. Lo más real que nos sirve de contraste … con el arte.
Sí, acaso estamos ante una de las grandes iniciativas que el escultor Antonio López ha tenido en estos tiempos. Porque Antonio López es sin duda un gran escultor. Muchas de sus inquietudes en las tres dimensiones se las ha llevado, últimamente, la expresión de los pequeños, de los niños, en un intento de ir más allá de lo superficial y adquirir el corazón latente de la pureza, que reposa recóndita y prístina en el ser humano. Porque Antonio López nunca se conforma con lo que sus ojos ven. Va más allá. Y una cabeza durmiente puede tornarse en proyección moral de la perfecta esfera de Parménides.
Por ello estimo que es, precisamente en la escultura, donde este más allá adquiere tintes excepcionales, mucho más si cabe que en su pintura, que paga un alto precio a la representación figurada de la realidad. Sólo hay que ver que las pinturas que más explotan este carácter, son las que más se asemejan al bulto; las que pretenden representar el bulto redondo, las que ponen al espacio en un brete, las que se saltan y tensionan la norma renacentista de la perspectiva; en fin, las que son pintura-espacio volumétrica del objeto: las que a veces encuentra Antonio en viejas neveras y sucios cuartos de baño.
En el pasado, estas predisposiciones se intuían en las apariciones, asociaciones y surrealismos varios de su pintura. Hoy es mejor recurrir a la escultura para intuirlo con toda su contundencia. Porque representar la realidad tal cual es y se ve para decir la realidad tal cual es pero no se ve, ha sido siempre, en el fondo, el motivo que movía su obrar de artista.
Claro está entonces que esta escultura de Andrés es algo más que una simple representación de la realidad. Es un afuera. Andrés corre entre sus espectadores encaminándose hacia ese algo que podría estar entre ellos y que ellos no pueden ver. ¿A dónde va Andrés? Andrés ignora a los ignorantes espectadores que lo observan (tan abstraídos, tan atentos a él, como él atento a lo que no está presente). Andrés es una paradoja del arte.

¿Paradoja decimos? ¿De dónde viene la paradoja? La paradoja de la realidad es ya una constante en el hacer manchego. No vamos a traer a colación a Don Quijote, ni a Almodóvar. López Torres, ni pinturas metafísicas y gregorios prietos y otras posibles fuentes… no. La realidad de lo manchego ha estado siempre transida de enigma. Es su condición. Trasunto que aún se vive en el silencio de las siestas trémulas del verano: vacío en el que todo tiembla. El frío llano en la nonada de los inviernos promete también, como la siesta del estío, una latencia imperceptible: una ausencia imposible. La austeridad del manchego, lo frugal de lo manchego, excita la bacanal de los fantasmas. Este sentir late en las pinturas y esculturas de Antonio López y es digno de loa, de recibirlo y de amarlo. ¿Qué más da que “Andrés corriendo” no sea –o no parezca- obra definitiva? Ninguna obra de Antonio López puede ser definitiva.