LIBRES O INGENUOS EMANCIPADOS.
La naciente filosofía de Javier Gomá Lanzón.
“Dos mundos se disputan nuestro presente: el
declinar de una gran cultura milenaria y la lenta gestación de otra distinta …”
Así da inicio el tercer capítulo de Ingenuidad aprendida de Javier Gomá
Lanzón. Dice el filósofo que ambos modos de la cultura se solapan, combinan e
hibridan.
Lo
que le pasa a Gómez Lanzón es, como por otro lado le pasa a gran parte de la
filosofía, que se lanza en pos del mañana, y en ese riesgo del saltador, el
filósofo considera que es la suya la elegida, la que abre futuro, pues todo
filosofar, puro riesgo, vive de la clarividencia, o al menos de un momento de
clarividencia que ha de ser comunicado. Para Gomá está claro, muy claro, que aquellos
dos mundos disputados ya no nos sirven de modelo, al menos no del todo.
La recién venida al mundo filosofía
de Gomá Lanzón, reposa sobre este núcleo de la ejemplaridad, de la educación
social, del reconocimiento de los errores del pasado, de la consecución de una
convivencia democrática en orden a unos ciertos valores. Y lo hace no con la
impasibilidad rigurosa de un juez filósofo, sino con la comprensión de quien
absuelve de las ideas que nacieron bajo el signo del servicio, y que
trastocaron el uso o la historia. Se trata de otorgar el perdón desde una
filosofía de mundo por el filósofo mundano. Se coloca así el autor en las
antípodas de la metafísica doctrinal y catedrática.
Es
en este sentido en el que se mueven sus obras Imitación y Experiencia, Premio Nacional de Ensayo en el año 2004. Aquiles en el gineceo, y por supuesto Ejemplaridad pública. Y porque no son
libros sólo de pensamiento más o menos sólido, resultan un ejercicio de
ingenuidad filosófica. La ingenuidad pretende ser el método de su filosofar,
una vía al servicio de nuestro tiempo, unos tiempos en que la experiencia, la
imitación, la ejemplaridad, la emancipación adulta del ser humano, y la
decisión vital en el servicio de los otros a riesgo incluso de la propia vida,
son, más que problema, un asunto que mueve a risa.
Asistimos
entonces a un rescate de la ingenuidad, una ingenuidad ya imposible en sentido
estricto pero que puede aprenderse, aprenderse como un límite autoimpuesto a
nuestra libertad conquistada, con el fin de iluminar un marco de convivencia
social tendente a la felicidad, la que el autor denomina muchas veces “civilización
en marcha”.
Un futuro más allá de la última filosofía.
Claro, para hablar del futuro, lo mejor, desde
luego, es tomar distancia del pasado. “La cultura del último siglo –dice- presenta
todos los síntomas de lucidez característicos de los procesos terminales … ” Es
decir, los tiempos enfollonados, como el nuestro, anuncian el albor de un nuevo
paisaje. Así, en la barahúnda que nos ha tocado vivir se inscriben por igual, a
decir del autor, la filosofía de la sospecha, la deconstrucción, la crítica de
las ideologías, las arqueologías, etimologías, la transmutación de todos los
valores, la muerte de Dios, la del hombre o el fin de la historia. Y en fin, el
pensamiento se desenvuelve como historia del pensamiento, o como hermenéutica,
podríamos decir, de la hermenéutica.
No
obstante, esta reflexión sobre la reflexión que ha caracterizado la filosofía
de los últimos tiempos, ha contribuido a dar libertad al sujeto, a liberar al
individuo de ciertas estructuras jerarquizadas supervivientes durante milenios.
Conquistada ya la libertad, resulta que ahora todos estos movimientos
filosóficos, son una pesada carga, un lastre, un motivo de confusión.
Y nuestro filósofo ocupa su lugar ante esta
vicisitud. Contra la lucidez, o mejor, el exceso de lucidez que impera en aquellos
movimientos, Gomá Lanzón propone la ingenuidad, no una ingenuidad antojadiza y
caprichosa, ni irreflexiva, ignorante voluntad, sino una ingenuidad que “ha de
conocer la verdad esencial”, ha de ser, pues, una “ingenuidad aprendida”. Pero ¿qué
es en rigor esta ingenuidad aprendida?
Acojamos no obstante las conquistas del último pensamiento. De la finitud y de la
igualdad.
El hombre occidental, a decir de Gomá, ha perdido la fe en dos de los valores que antaño
parecían inconmovibles: el progreso necesario y la historia como maestra de
vida, esto es, la supuesta ejemplaridad del pasado y la proyección utópica del
futuro. No obstante Gomá salvaguarda la historia: aún nos lega las que el autor
denomina “experiencias colectivas”. Dos de estas experiencias son para Gomá
innegociables conquistas: “la finitud” y “la igualdad”. La finitud porque la
realidad absoluta e inconmovible cuyo predicador paradigmático podría ser Platón, la onto-teología –pobre Platón y sus
ideas, siempre blanco de desdichas- fue desmontada por el pensamiento
nihilista. Sí, aunque este nihilismo no ha sido suficiente. En efecto, “…
desposeyó a esta “onto-teología” de su pretensión de validez necesaria, pero no
supo en ningún momento dignificar la finitud”. Nietzsche, ejemplo en este
sentido, fue un destructor, un denunciador, pero nada construyó.
Es
que la ingenuidad aprendida ha de vivir de esta dignificación de lo finito que
faltó al nihilismo. Dice Gomá: “El verdadero tema de nuestro tiempo es por
consiguiente, el de liberar a la finitud de su histórico secuestro y hallarle
un fundamento autóctono, autorreferencial, para sobre esas bases finitas, pero
firmes y sólidas, hacer viable la civilización en marcha”.
Con
el concepto de “finitud”, por presupuesto, es fácil demostrar la necesidad de
una “ética de la igualdad”, la igualdad, la otra conquista de los recientes
tiempos. ¡Todo es finito! Luego todo es igualmente
finito.
Con
la finitud y la igualdad Gomá monta el tenderete de la futurición.
Democracia
frente a Aristocracia.
Resulta curioso, pero yo no sé hasta qué
extremo dirime esto de cierto pensamiento cristiano que ve en Dios la
justificación de la igualdad finita de toda la creación. Será un retrotraerse
al aristocratismo, o la necesaria desfundamentación del nihilismo? No saquemos
las cosas del quicio. Lo importante tal vez es la vuelta de Gomá al
esencialismo, o a un cierto esencialismo, tal vez a un esencialismo con matices:
“la dignidad corresponde a todos los
hombres por igual … los otros signos distintivos … son accidentes de la personalidad …” La finitud nos hace iguales, nos dignifica y
se dignifica a sí propia, lo demás, que se corresponde en cierto modo con el
ámbito de la vida, es manifestación accidental.
La
finitud, pues, es la garante de este muevo paisaje a que pretende conducirnos,
de este nuevo tiempo que Gomá denomina el nuevo “eón democrático”, que, “frente al histórico elitismo gnoseológico ha
de hallar procedimientos para establecer una verdad democrática que sea resultado
de acuerdos consensuados libremente por los iguales …”
En
fin, que nuestro carácter mortal es la justificación más precisa de la
democracia. Lo que le aproxima mucho a la intersubjetividad un tanto pragmática
de Habermas -quien tampoco es santo de
su devoción- un paso más allá del voluntarismo kantiano. Pero igualmente le
pone crítica a Heidegger y Ortega, que fracasan, según él, en el ámbito
democrático de la ética de la igualdad, por su evidente elitismo, por su odio
hacia lo público, si bien aciertan en la crítica metafísica, en la crítica de
las doctrinas onto-teológicas que defienden el elitismo aristocrático.
Un
poquito de vulgaridad.
Pero lo interesante y peculiar de Gomá es que opone
al aristocratismo social, la “vulgaridad”, éste no como un concepto peyorativo
de la masa, de la chusma nieetzschiana, sino como una manifestación social de
la espontaneidad no refinada, al margen de lo que conocemos como refinada
cultura, o elevada producción cultural. (Por cierto, ¿no cree el lector que hoy
en día la vulgaridad es materia predominante en el arte? Si bien la emergencia
pone nuevas dosis de elitismo y especialización en muy diversas manifestaciones
de la cultura, como si hubiese ya una contravulgaridad).
Con la vulgaridad pues, asistimos a la
liberación de las trabas sociales de la cultura aristocrática y jerarquizada;
la vulgaridad presupone una “esfera de la libertad ampliada”; ahora bien, se
apresta a señalar el autor que requerimos de un uso correcto y virtuoso de esta
libertad conquistada, “porque la liberación del yo no garantiza su
emancipación”, la libertad en fin, puede resultar un medio para la barbarie.
Esto es, según Gomá, parte del problema de nuestro tiempo, eso que en cierto
modo el vulgo conoce como “exceso de libertad”, si bien fuera mejor decir
excesos de la libertad, usamos la libertad para la barbarie..
No
sólo de libertad romántica vive el hombre. La libertad emancipada.
Volviendo al hilo, esto de la emancipación como
autolimitación, lo que sería emanciaparse, ¿no suena a Platón? ¿Es que ya la
moral aristocrática denuncia los excesos del igualitarismo¿ Es por eso que el
privilegiado filósofo de la “Politeia” inventó el paralelismo de alma del
sujeto y estructura de la polis?
No,
lo que ocurre es que los filósofos inventan metáforas e inventan horizontes.
Para Gomá Lanzón, la época del Romanticismo rompió con un largo, milenario
periodo, el de la mentalidad aristocrátical. Pensadores como Herder, Kant,
Stuart Mill (son los ejemplos que cita el autor) nos ponen en la pista de ese
afán de subjetividad singular y original, de regusto por la libertad del
individuo. Frente a esta febril ola de romanticismo, de poco vale señalar la importancia
del ejemplo que copiar. Es mejor ser irrepetible y único. La vulgaridad que
remueve los cimientos sociales en nuestros días es la posibilidad de remontar
este elitismo, poniendo el acento en aquello que los seres humanos compartimos,
lo común, que es más que lo singular y original, que lo único. Dice el autor:
“Nada me obliga a fijarme en los aspectos inusitados, excéntricos, exclusivos,
únicos, de mi biografía … Hay otro aspecto de la experiencia subjetiva que se
relaciona con lo típico y paradigmático de ella, aquello que yo comparto con
todo hombre por el mero hecho de serlo y me pone en comunicación directa con lo
esencial humano”. Marchamos pues de la mano de lo Universal, de la
sustantividad a partir de la cual se diversifican los accidentes. Pero ¿no es
esto en cierto modo un esencialismo? ¿Es que habremos de rescatar de las
oscuras cavernas de la metafísica el denostado concepto de esencia? Tal vez sea
este el antídoto para los excesos de la libertad. “A este tipo de experiencia
subjetiva y personal pero al mismo tiempo objetiva y universal la he denominado
experiencia de la vida”. Una vida en
fin que se ajusta a los límites de la estructura de la realidad. Lo que está
muy bien, pero no deja de ser en cierto modo el Ortega y Gasset raciovital al
que Gomá Lanzón critica muy duramente y homenajea a un tiempo. Ni deja de ser,
a lo bruto, la metafísica de la realidad radical de Zubiri.
Otro
tanto de filosofía española.
Esto
me gusta, en Gomá hay mucha, muchísima filosofía española, no quepa duda;
pensamiento del solar hispano. Porque además, acendrando en lo común de los
hombres, en lo universal, el filósofo hace hincapié en la muerte, eso que nos
iguala. Y esta meditatio mortis es un
reflote y rescate de la idea de de la muerte que recorre toda nuestra literatura
y que cobra relevante exposición en la páginas unamonianas.
Este
vitalismo hispano, esta estructura limitante de la realidad, esta vulgaridad naciente,
posibilita la crítica de toda posmodernidad, arrolladora de cualquier concesión
al universalismo, y por supuesto, posibilita la gran crítica del
existencialismo elitista, en el que, no sabemos si muy acertadamente, Gomá
Lanzón incluye a Heidegger, el germano que abominó de lo público, lo público,
sí, que es en donde radica la posibilidad
de la vulgaridad liberadora, cuyo exceso nos ha dado la posmodernidad. Pero
también a Ortega y Gasset, a quien considera un vitalista redomado, creador que
se salta a la torera eso de la finitud, la cual obvia, filosofía reluctante de
la “meditatio mortis”, y por lo tanto digna de la acendrada crítica de nuestro
autor. Por cierto, una crítica justificable, sí, pero injusta, pues el
vitalismo de Ortega se soporta, en efecto, en una moral del hacer que elude la
presencia y consecuente reflexión sobre la muerte, la finitud, no obstante,
estos son los fundamentos a partir de los que vivir, siendo que él se preocupó
sólo por el hacer del vivir, un vivir que acepta los límites circunstanciales.
Desde luego, Gomá construye una estructura de
la historia de la filosofía a largo plazo que recuerda mucho a las dos
metáforas de Ortega y Gasset, -otras veces tres si contamos la emergente- y a
los dos horizontes de la metafísica de Zubiri. ¡Las herencias son demasiado
vinculantes a veces! Su ingenuidad aprendida emparenta pues con la Razón vital
e histórica de Ortega y Gasset (quien tiene un gran porte aristocrático y no
poca dosis de vulgaridad de plazuela) o con la inteligencia sentiente de
Zubiri, con la razón poética de María Zambrano o con la agonía irreparablemente
razonada de Unamuno. “Dos mundos se disputan nuestro presente …”
La
tesis radical: ejemplaridad, emancipación y auténtica democracia.
La
vida ha de teñirse de ejemplaridad. ¿Teñirse digo? No, tiene que serlo, ser "ejemplarizante". Pero no una ejemplaridad pública. El
método ingenuo, esto es la ingenuidad aprendida, las críticas del elitismo social
y de los excesos de la libertad, nos enseñan que la ejemplaridad ha de ser
también privada. No puede darse ese divorcio entre lo privado y lo público en la vida,
pues la moral constitutiva es la persona misma. El individuo emancipado es
aquel que sabe imponerse normas, o que las toma de la responsabilidad
civilizatoria del hombre ejemplar, su modelo. Imponer límites a la propia
libertad es, en fin, el ejercicio de una verdadera y digna democracia. Esta es
la clave del “proceso civilizatorio”.
Los límites son los del bienestar común, los de la empatía hacia el otro, los del fin social. Ésto sin menoscabo de los reconocimientos de la libertad individual. No deja de ser libre el individuo aquel que reconoce los derechos de la tradición, el legado que es lo social, el bien que la comunidad reporta al propio sujeto, sin el cual este no podría ser. No falta libertad a quien hace uso de las buenas costumbres, del civismo en favor de sí y de los demás. En efecto, el nihilismo nos ha conducido a la anomia, a la contracultura. El Estado paternalista se ha hipernormativizado. Entre ambos extremos, el individuo contracultural que lucha contra todo porque todo encadena, y un Estado que legisla a diario sobre lo legislado, se encuentra el individuo emancipado, el libre adulto.
En boca de este hombre emancipado nuestro autor pone "suprakantiamente" la siguiente máxima, el siguiente imperativo categórico: "Sé ejemplar, reforma tu vida privada, conviértete en ejemplo de aceptación consciente y voluntaria de los gravámenes civilizatorios, ejerce sobre tu círculo de influencia un impacto emancipatorio".
(Y ahora que me digan que esto no tiene mucho de elitismo orteguiano).
Lo
que Gomá exige, en fin, es algo que muchos, todos, el vulgar vulgo clama hoy en las calles, si bien pocos están dispuestos a ponerlo en práctica. Porque es verdad que la filosofía se hace en las calles amigo Gomá, y porque la gente pide verdadera democracia en la calles, lo que
necesitamos es moral, mucha moral y que cunda el ejemplo. Si el ejemplo cunde
estaremos ante la libertad emancipada, el sujeto emancipado, es decir, el sueño
de todos los tiempos filosóficos.