ANTONI TÀPIES: Arte y Estética





ANTONI TÀPIES. Teoría y Práctica.

En 1974 Antonio Tapies publicaba L´art contra l´estètica, conjunto de articulitos, con una idea muy clara sobre lo que debe de ser la emoción estética, el arte, el Arte. Este libro completaba las inquietudes teóricas que se desataron en el artista cuatro años antes, en 1970, cuando publicó La pràctica de l´ art.
De ambos se dijo entonces que ponían a su autor nada menos que en la cúspide del ensayismo y de la teoría artística. Hoy adivinamos mejor sus limitaciones, cegueras e intereses. Pero no cabe duda de que aquellos libros marcaron un hito, una inflexión decisiva tras de la rocambolesca sucesión de las vanguardias, de los ismos y de toda su parafernalia teórica adjunta. En cierto modo, esos textos representaban la necesidad del regreso a la emoción, al sentimiento; un dar la espalda a las ideas desatadas y destructivas de las vanguardias ad hoc.


De El arte contra la estética, título en castellano, es muy revelador que su prólogo inicie al lector con unas frases de Marx y Engels, por aquel entonces -circunstancias- idolatrados ideólogos del intelectualismo hispano replicante: “Las ideas nunca podrán llevarnos más allá de un viejo estado de cosas … las ideas no pueden realizar nada”. Con ello ya estaba todo dicho, es verdad que incluso podría Tàpies haberse ahorrado la escritura de los pertinentes artículos. Sobra la teoría –viene a decirnos- la teoría del arte, la teoría sobre cómo debe de ser el arte, la teoría reflexiva del arte. La práctica artística es lo primigenio, lo prioritario, lo intransferible. Lo primigenio porque representa el origen, lo instintivo, lo puro y humano, casi animal. Lo prioritario porque es esencial, previo a cuanto quiera venir después. Sin él, nada hay. Intransferible porque difícilmente la crítica, la teoría, la palabra podrá abarcarlo.
Hablando del arte, del Arte, escribió “… lo que sí es seguro es que resulta infinitamente más importante sentirlo, vivirlo, practicarlo, que pensar en él”. [“Pensar en el arte. (A manera de prólogo)”.] Y tenía -desde luego que tenía- una teoría donde soportar este pensamiento, esto es, esta reflexión sobre el arte: “ … la estética no ha de razonar considerando el arte como una finalidad o un ideal que no se puede realizar a no ser que se someta a su teoría. No. Ha de tratarlo como algo que ya  existía antes que ella y a cuya realidad ella debe su propia existencia”. [Ibídem].
Tapies planteaba de esta manera la absoluta originalidad de la creación respecto de la reflexión. Aquí radica sin duda su condición post-vanguardista y un tanto posmoderna. ¿Por qué?
En un primer momento porque Tàpies se sintió al margen, y denunció, todo ismo que fundamentara su radicalidad artística sobre bases filosóficas. Movimientos estéticos que obran a partir de ideas no meramente sentientes, sino exclusivamente racionales. Pero además, porque, en efecto, ponía al arte en el servicio de la sinceridad más acendrada e insobornable, el sentir, la sensibilidad.
Por esta condición posmoderna, atentatoria del absoluto, Tàpies merece la catalogación de grande. Bien es verdad que ahora, a lo grande, a su grandeza indiscutible, le vemos también las limitaciones. Primero, la limitación como  teórico. Nada nuevo afirmaremos en este sentido si decimos que su teoría es eso,  teoría reflexiva de la práctica. Sus mentores más críticos le restregarían esta actitud hasta la saciedad. Él mismo, en cierto modo, demostraba con su obra y su reflexión que teoría y práctica eran inseparables, que habitaban en el ser del creador, de una u otra manera mistificadas. Pero lo más importante sin embargo, desde el punto de vista de una perspectiva actual, aunque sea modesta, es que Tàpies no llegó a intuir, ni por aproximación, que toda teoría, que toda reflexión, que toda crítica ad hoc, participa por igual de la creatividad humana, que son parte de la “originariedad”, que anclan por igual, y a lo mejor hasta de forma más directa, en la sensibilidad, en el sentimiento, que son también creación y que responden también al instinto. En fin, que esas vanguardias programáticas eran también “instintuales”, inevitablemente instintivas.
La estética contra la que lucharon sus escritos era desde luego una estética que llevaba ya muerta muchos, muchos siglos, la estética que se arrogaba la disposición del camino que el arte, y el artista tenían que seguir. Pues, como el propio Tàpies deja escrito, “ … siempre ha dado más confianza al artista saber que justamente la más profunda –y más humilde- de las investigaciones de algunos auténticos hombres de ciencia coincide en decirnos que nuestra verdadera “fuerza motriz –y aquí parafrasea a Lorenz- proviene de mecanismos instintivos muchos más antiguos que la razón …”. En fin, esa posmodernidad crítica de la razón, de una razón enemiga, malvada e interesada pero a la que él no dudó en recurrir. Razón a la que aún no se le ha visto del todo su fiebre sensible.

Esta oposición a la razón marcaría para siempre los derroteros de sus creaciones.




La barbería de los malditos y los elegidos. 1950


Primero en las búsquedas del surrealismo. Una búsqueda que era ya agua que no movía molino. Su fragmentarios pasos por Dau al Set, con el que no congenió del todo testimonian esta extraña y desapegada vinculación con el onirismo, la razón suprarreal, la espontaneidad subjetiva. Demostraban sus obras, sí, cierto vínculo con el contenido sentimental, sensible, sensitivo. Pero la relación era ambigua, cargada de desafectos. Unas veces cercana al miró figurativo de las edades tempranas, otras veces tirando por el carril de cierto automatismo.
Blanco con manchas rojas. 1954

Este automatismo de la sensibilidad iba a encontrar la horma adecuada en el descubrimiento de las texturas. La sensibilidad se adhería al proceso táctil, se liberaba en cierto modo de la visual prieta de contenidos del surrealismo. La sensibilidad intuida en la rugosidad, en la adhesión a la superficie de materias diversas. No ya simplemente el collage, sino la materia, el “materismo” que con tanta pasión explotaría el informalismo español. La materia es sensibilidad, esto es algo que supo bien, muy bien, Tàpies. Tan bien, que esta supuesta materia subrogada en bidimensión, esta “sensación textural”, es clave para interpretar su  obra como oposición a la reflexión, en efecto, la impresión táctil es la inmediatez de lo “instintual”.
Cruz de papel de periódico. (Collage y acuarela) 1947


Pero no acaba ahí el subterfugio anti-racional del pintor catalán. Habría más. Habría de venir el símbolo. Caso del temprano uso de la cruz, de ese extraña encrucijada, elemental encrucijada de lo vertical y horizontal, de lo celeste y místico y lo terrenal y reposado. El alboroto de la totalidad expresiva quiere concentrarse en el símbolo, cuya aspiración es trascender, pero trascender al margen de toda razón, al margen de todo contenido.


Luego, su obra no sería sino una síntesis personal de todas estas conquistas. Y la síntesis personal bien puede considerarse una estetización precisa de la sensibilidad personal. Desde entonces, tras del hallazgo de sus fugas: surrealismo, materismo informal y expresivo, simbolismo, la obra de nuestro pintor sería el intento de fuga de sí, el intento de no caer en la estetización a golpe de estetización.


Evidentemente Tàpies no fue un pintor abstracto, ni su pintura buscó la abstracción, lo que hubiese sido su claudicación definitiva ante la reflexión. La obra de Tapies es una adhesión a los principios de la sensibilidad, de las primeras sensaciones. Una lucha titánica por traernos lo primigenio de la creación, del sentir, del arte. Mejor, una relativa aproximación a ellas, las sensaciones, a él, el arte. Una aproximación no exenta de racionalidad, por mucho que luchara contra la estética. Como su teoría, la obra también mama de la tremenda paradoja. Ni hay estética sin arte, ni hay arte sin estética. Estas vicisitudes que manan de la paradoja, resultado de la comunión indisoluble que en su substrato más elemental unen razón y sentimiento, son también las que hacen grandes, no las obras de un autor, sino su trayectoria creativa. Tàpies es de estos. Desde mi punto de vista al menos.