MIRADAS CRUZADAS 2. Rostros y manos en la pintura germánica.

DURERO: Jesús entre los doctores.


Rostros y manos. Pintura Germánica Antigua y Moderna. Museo Thyssen Bornemisza del 22 de Mayo al 2 de Septiembre.

La segunda muestra de Miradas Cruzadas, que el Museo Thyssen monta con motivo de su veinte aniversario, se centra en la pintura de origen alemán, o mejor fuera decir germánico. En efecto, obras de destacados autores del siglo XX y obras del Renacimiento, este representado por Cranach el joven, Durero, Amberger o Barthel Beham, además de algún anónimo, conviven pues con Otto Dix, Kokoschka, Schad y Max Beckmann. Con un objeto y con un sentido: la actitud de manos y rostros en el retrato. Esto es, el comportamiento, la definición estilística, lo que hay y se pretende que haya en retratos en los que estos motivos, sin duda esenciales, las manos y los rostros, definen un proceder pictórico, una visión de la vida, una mentalidad. Por supuesto que existe una continuidad soterrada que vincula las obras de finales del siglo XV y del XVI con las del siglo XX. Es el interés que los autores muestran por destacar estos dos elementos, en cierto modo insoslayables, como definidores del retratado, de su personalidad, de su psicología, de su potencial.
Señala Dolores Delgado en el escrito introductorio de la guía: “La época del Renacimiento en Alemania fue una etapa de profundos cambios y conmociones … Asimismo el tiempo en que surgió el movimiento conocido como Expresionismo y más tarde Nueva Objetividad fueron también periodos críticos para Europa central. En estos momentos históricos el retrato jugó un papel fundamental en el arte …” En efecto, los periodos de crisis suelen ser periodos de afirmación de las condiciones de clase, también del sujeto, lo que pone al arte ante la tesitura de manifestar ciertas condiciones de la ideología. El retrato no es tanto la imagen del retratado como la imagen de su status.
Y así, si tomamos como referente Retrato de Matthäus Schwarz, por Cristoph Amberger, obra de 1452, presenciaremos la manifestación del hombre orgulloso de su condición y oficio, un burgués contable, un tanto rústico, seguro, de poderosa mano disimulada que se rodea de símbolos y manifestaciones de su condición. Este orgulloso carácter burgués, que reclama la individualidad y la singularidad como elementos propiciatorios de su estima social, por encima de cualquier condición simbólica o de clase, se ejemplifica también en el retrato que Barthel Beham realizó del burgués muniqués Ruprecht Stüpf, obra de 1528. En él, rostro, manos y vestimenta configuran el porte, sin llevar la lectura más allá de esta presencia, intensificándola pues.
Esta actitud orgullosa, más si cabe hacia la condición de su oficio, la intuimos en los retratos contemporáneos como el que Christian Schad realiza al Doctor Haunstein, Otto Dix a Hugo Erfuth con su perro, obras de 1928 y 1926 respectivamente, ambas encuadradas en el movimiento de la Nueva Objetividad.

AMBERGER: Retrato de Matthäus Schwarz
SCHAD: Retrato del Doctor Haunstein.


            

















Pero la condición de clase, la singularidad o la subjetividad ensalzada en una época de crisis, de cambio, de dificultad, no es exclusiva del paralelismo entre obras tan distantes en el tiempo. No. De hecho, bien mirados, en los retratos contemporáneos existe un toque de onirismo, de surrealismo, de latencia y ocultación que no vemos en las obras del renacimiento y que es, a lo mejor, lo que define la Nueva Objetividad. Sea el caso de las obras mencionadas con anterioridad, la de Schad, la de Otto Dix; una manifestación oculta nos desasosiega en su contemplación. No vemos todo cuanto hay o cuanto nos gustaría ver, al imagen lo es de su insuficiencia. En el caso del doctor Haustein, una sombra inquietante toma el fondo, de manera que el retrato se desdobla, se “oniriza”, abre a nuevos, y tal vez indescifrables sentidos. Y si bien Ruprecht Stüpf mira a un punto fuera del cuadro, altivo con sus anillos, su piel sobre los hombros, el horizonte roto por una cortina, no nos pone en la situación de Hugo Erfurth, que, al igual que su perro pastor alemán, pierde la visión en un punto lejano, sugestionados ambos, impresionados, raptados por no sabemos qué. Queda pues el enajenado hombre del anillo, de sus joyas, o de la cortina que lo enmarca. Frente al hombre del renacer que se muestra dueño de sí, el contemporáneo parece sometido al vaivén de las cinscunstancias, a la excepcionalidad de lo real, aunque pese a su orgullo individual.

BEMHAM: Retrato de Ruprecht Stüpf 

OTTO DIX: Retrato de Hugo Erfuth.


















Pero donde el juego de Miradas Cruzadas cobra su verdadero sentido, es sin duda en el tratamiento que todas estas pinturas hacen del hondón del retratado, lo que llamamos acaso con escaso acierto la personalidad, la psicología o la expresividad interior del personaje en cuestión. Salvemos que esta es una circunstancia más con la que juega el autor, pero que es muy desacable, muy notoria en la pintura alemana, sin duda. Dolores Delgado habla de las “características genuinamente germánicas”, que refiere como “ese gusto por retratar  los gestos y las actitudes de los diferentes personajes”, el “interés por la expresión y esa intención de captar la personalidad y la psicología”. Nada de esto falta a la verdad, pero no puede, ni debe ser toda la verdad. El problema reside también en la "vitalización", la enervación del personaje, la transubstanciación de la materia pictórica en nervio.
            La expresión, la intensidad, que se halla no ya tanto en los rostros a los que podríamos definir como la manifestación hacia el adentro, es decir, por donde entramos nosotros los espectadores, por donde adivinamos en efecto la psicología y la personalidad, que es la singularísima condición de la subjetividad. En las manos, que se manifiestan desde un adentro, que sale del retratado, fuente de vitalidad, de energía. Este manifestar, o estas manifestaciones son muy propias del germanismo. Ya la intuimos en Lutero, la manifestación fehaciente de la crisis del renacer en Alemania, pero también en toda la literatura y filosofía germánica. ¿Cómo no iba a acontecer en la plástica? Es este el caso de los elegidos Retrato de una mujer de  Lucas Cranach el joven, o Jesús entre los doctores, de Durero, que viene un tanto cogido por los pelos -pues no es retrato- pero que vale y no poco para el caso. Sin duda estudio de rostros que llegan hasta la caricatura, lo grotesco –señala Dolores Delgado- pero que es ante todo, un maravilloso estudio de manos, manos que manifiestan una energía vital, amparada, en una exposición de las pasiones. Si en la pintura italiana la elegancia se manifiesta en las manos, y todo queda en ellas, solo en ellas, la nobleza y el porte en el caso de la pintura española, en la alemana la mano posee una fuerte tendencia a manifestar una pasión, una acción: fluencia vital del sentir de adentro hacia afuera. Este preceder es evidente también en los retratos expresionistas del siglo XX, como los de Kokoschka (Retrato de Max Schmidt y de Carl Leo Schmidt, de 1911 y 1914 respectivamente) o en el autorretrato de Max Beckmann, 1908 que acaban, más que por retratar, por manifestar.
Manos y rostros configuran el horizonte de la presencia del retratado. Intuimos que un horizonte que va más allá incluso de la personalidad. Porque la pintura alemana es una manifestación extrema de este hacer de manos y rostros un juego fluente de expresión, un espectáculo de interioridad que nos increpa, directo, púgil. Esta es la base de una de las manifestaciones más germánicas si cabe del arte, sea el caso de la expresión, del expresionismo, exacerbado en las pinturas de Grünewald, aquí no representado, y fácilmente remontable a un pasado artístico que ama la inquietud, la dinámica desde tiempos medievales y aún más allá, y que hace de la einfühlung el porte sustancial de la emoción estética.