FUGAS.
VIENTRES.
A veces escribir no es más que dejarse llevar
por el "¿y si hubiese pasado …?", que es un pensamiento recurrente que rige
nuestra vida y que solo sirve para intentar explicarnos las cosas, para
martirizarnos con ellas o, simplemente, para hacer literatura. La Historia está
llena de infinitas ramas podadas. Hacer literatura con eso, algunos lo llaman
distopía, otros utopía, otros la llaman ciencia ficción. Tal vez yo haya hecho
un poco de todo, o quizá nada en realidad. O eso dice el autor de La muñeca rusa, una novela.
LA
MUÑECA RUSA.
Juan
Miguel Contreras.
La
Internacional Samizdat. 2012
Novela. Hacer una novela o ir guardando
historias, excusas tal vez, en el cajón del cajón. Cajón o vientre. Sí, ir metiendo
las pequeñas muñecas en la gran muñeca, la muñeca rusa. Incluso ir guardando
las formas de la novela, del novelar, en la gran novela, la novela que es una
muñeca rusa, un gran cajón, un vientre compartimento de la memoria que aspira a
ser memoria. La muñeca rusa, obra de
Juan Miguel Contreras, es el libro de los compartimentos estancos, de las
biografías estancas e inconclusas, como ya veremos, de los personajes que los
habitan y se guardan en ellos. Es también la forma que da forma a las formas de
novelar, inconclusas por supuesto, desvaídas, desdibujadas; inflexiones quizás del género novela que se
niegan a madurar, se entrelazan y mixtifican.
La muñeca rusa, en
efecto, es muchas cosas, muchas cosas antes quizás que ser ella misma.
Vientres.
Por lo pronto una novela histórica. Una novela
histórica peculiar, pues aún habla de nuestra
historia. No la reciente, sino la nuestra, la que está por hacer y es por eso que
podríamos decir que esta historia es una historia inconclusa. Trasegamos la
contemporaneidad desde la Primavera de Praga. En ella como excusa revivimos la
ruina de un país, al tiempo que vivimos el deslizamiento soviético, y nos
desvivimos en la tragedia implícita de la latente, pero constante en este libro,
crítica del liberalismo. La novela novela en cierto modo el aborto del
socialismo humano, del socialismo de frente nacional que acaso podría haber
florecido en la Checoslovaquia de los sesenta, y que fue abortado por las
orugas de los tanques soviéticos. Aquel país roto está presente en un continuo en
La muñeca rusa, es trasunto recurrente
que explica la actitud entre cínica, escéptica y apática del personaje central,
Milos, checo emigrado, huido, roto también, desengañado.
En
este sentido es también una novela existencial. Una novela existencial
peculiar, porque la vida misma se camufla entre sueños, entre esperanzas rotas,
entre críticas solapadas. Es una existencia, la de estos personajes, Irina,
Milos, el librero Henry, una vida de aristas indefinidas, difuminadas, como si de
ellas interesase más la circunstancia que el yo, como si este no fuese mas que
un apéndice de aquella, y ella un borrón ininteligible. Cosmonautas perdidos en
el espacio. Y no necesariamente personajes perdidos en el espacio sidéreo,
lunar, extraterrestre, sin coordenadas posibles. Cosmonautas de este tipo son
los personajes retratados. Vivimos en el tiempo de los “nautas”; da igual que
del cosmos, del argos, de la red, del mar o del infierno. El nauta marca hoy el
modo de existencia.
Kolonev
astronauta ruso: perdido en el espacio tras el fracaso silenciado de una misión
soviética. Irina, envuelta en su locura; ella es, locura, lo que podría haber
sido, y lo que es, pura circunstancia, cuerpo perdido, lejos de la gravedad
humana en la oscuridad de los Estados ciegos en la carrera espacial, de sus fracasos:
víctima propiciatoria del porvenir de una nación, sacrificio a los dioses del
más allá, esos dioses que llaman al hombre desde los más siniestros vértices
del cosmos. Milos, el errante, vagabundo. El hombre que recorre Europa
buscándose porque aún no sabe, o no quiere mirarse dentro, al adentro, pues los
adentros se han perdido, como se pierden las flores en la Primavera de Praga. Quien lo encontrará será un marchante, Tristán Léglisse, como quien encuentra una mercancia, y así vemos la existencia del tratante francés de arte, recortarse contra el fracaso del humano socialismo del Este. Y como Irina es un satélite
del desaparecido Kolonev, su padre, Milos es un satélite de la loca Irina, la
bella Irina; y Tristán Léglisse de Milos, y ...
Está
también nuestro librero, Henry para su amante, porque para el lector no posee nombre. El hombre que nos cuenta la
historia y que tiene, acaso, mucho, tanto, de encarnación del autor, también en tiempos librero. Henry que es satélite en torno de Milos. Un librero que tiene a
sus espaldas una historia de ficción sobre su propio origen, fuga que nos lleva
al cine, al guión de una película de viajes y aventuras, Lawrence de Arabia. Existencias en torno de esta película que son
las de su madre, su tía, su familia.
Hasta que llegamos a Greta, satélite de la existencia de nuestro librero, su amante. Vamos
pues conociendo angustias, esto es, modos de hacerse las personas. Cualquiera
podría decir que esto es, en fin, lo que persigue la novela, personas dentro de
personas, nunca personas frente a personas o junto a personas: muñeca rusa. Pero no.
No.
Estamos además ante una novela social. Un ejercicio de contracultura en la cultura,
un ejercicio de cultura marginal. Entiéndase, novela en el margen de la
cultura, novela fronteriza, retrato de la frontero con cuanto no es cultura
porque, o bien no se la reconoce como tal –véase la historia de la editorial La
Internacional Samizdat o la lucha por salir a público de esta novela y de ese
autor- o bien porque es un retrato fidedigno de cómo hay que habitar hoy la
cultura para dar la sensación de que se es cultura. La frontera es vanguardia,
aunque no lo parezca. Milos encarna la contracultura, la vanguardia, la
creatividad, lejos, separado del público reparador, crea, crea, crea. Milos es
también en cierto modo una proyección de Juan Miguel Contreras, la proyección
creativa, impulsiva, rayana y aduanera.
La muñeca rusa está al
borde del sistema, no solo por escritura, por personajes, por puesta en
mercado; está en el borde de un lugar que no gusta, o mejor, que gusta ciertas
mieles de la economía de libre empresa pero flirtea con el socialismo, que
produce y que parasita, que cree y descree. La escultura de Milos, la
fotografía de Milos, el último proyecto de Milos, la aventura empresarial que es
la librería de quien nos cuenta la historia, sita en un pueblo como Almarga, están en posición rayana, son
frontera, no son sistema del todo, ni son del todo antisistema.
¿Cómo
no vamos a decir que esta novela es una novela autobiográfica? Una
autobiografía peculiar. La autobiografía de las creencias, camufladas e imprecisas en los personajes, en las
circunstancias, en los hechos narrados, en los sentires definidos y no definidos.
Y
es una novela de viajes. Peculiar literatura de viaje. La odisea de Milos, que
es una anti-Odisea. Una reconversión
de Ulises, no a lo Yoyce, es decir, no puesta patas arriba. No. Estamos mas bien
ante un desdoble de personalidad, porque el viaje de Milos es a un tiempo exterior
e interior, un viaje exterior como el de Ulises, viaje de lugares, de personas;
otro interior, más impreciso, opaco y difuminado, de personalidades incluso inventadas … la
vida, la vida del nauta de nuestros tiempos, el de la realidad sin límites que
es en cierto modo un haber perdido la realidad. Somos Milos, e Irina, y Belokonev. Henry por supuesto.
Así
tenemos en la novela otros viajes a ninguna parte, como los del mismo Belokonev, o
Irina. El viaje a la nada del cosmonauta soviético, y el viaje a la angustia
perpetua, al terror, al miedo, al subconsciente de Irina; sus viajes por diversos manicomios de la geografía soviética. Y todo contado por
alguien que no viaja, un librero sedentario que escapa en las páginas de los
libros que vende, esto es, cuya realidad quiere ponerse los imprecisos límites
de los mundos de otros. He aquí por lo tanto también un viaje por la
literatura, bueno, por cierta literatura, la literatura selecta, por supuesto, un tanto marginal, un tanto crítica, un tanto rayana y fronteriza.
Fugas.
¿Cómo
contar una historia así? No contándola desde luego, sino dejando que nos la
cuenten en una sucesión de reflejos que se distorsionan y contorsionan, en una
multitud de fugas, en un deshilvanado de tramas, de argumentos, de caracteres … El
lector conoce la historia por el librero. Con la historia que este nos cuenta
van zurcidas otras historias, otras vidas. El librero la conoce por Milos.
Milos ha metido en la historia sus propias historias, vivencias, distorsiones y
caracteres. Milos lo supo por Irina; por Irina supo otras muchas cosas, algunas
de las cuales han quedado en lo que nos cuenta el narrador. Irina sabe, intuye,
conoce el drama de su padre que desató su propio drama. Por ella sabemos quién fue Belokonev, acaso un astronauta cuya
existencia no es oficial, pues fracasó en su viaje espacial. Acaso asistimos a la
locura de la propia Irina que inventa ser hija de un ruso que se perdió en las
cercanías de la luna. O asistimos a otra de las excentricidades del fabulador
Milos. O asistimos a una invención narrada por el librero de Almarga: “Yo mismo
me he dado ese sentido al intentar ser un bardo, un transmisor , una emisora
resintonizada. Y en cada frase dejo atrás un pedazo de mi vida … Aparento ser un
narrador liviano, pero no lo soy …” Hemos bogado a contracorriente, desde este narrador
preso del liberalismo, que es invención de Juan Miguel Contreras, alter ego, a
la más absoluta ingravidez. Del borde del sistema, a lo oculto, camuflado,
disimulado, lo nunca hecho, ni visto, lo tal vez inventado, como la cara
invisible de la luna, pero que está ahí, en La
muñeca rusa como acción definitiva. En todos ellos, personas acaso, resuenan
las últimas palabras del tripulante de la Vostok 3: “Soledad atroz, soledad
atroz …” Unos dentro de otros, solos, solos, solos. Qué es verdad en todo esto,
se pregunta Henry -apodo secreto del librero de Alamarga-. Tenemos respuesta:
muñecas rusas, vientre y fuga.
Inconcluso. Vidas inconclusas,
deshilvanadas. La vida es ir dejando y en ese dejar no concluir nada. La
relación con Greta, la vida de Milos, el fin de Irina, la suerte de Alexi
Belokonev. Todo se abandona, el vagabundo al que se regala un libro, Irina, el
cuerpo de los cosmonautas perdidos, abandonados en la ingravidez, las amantes,
los marchantes de arte, París, Almarga, la obra de arte, la literatura … En fin, fugas. Conocemos lo que nos
cuentan, nos cuentan quienes conocen, conocemos fragmentos rotos, distorsiones
de historias, las conocemos entremezclada, la que suponemos ficción, con la
realidad. En efecto, deambulan nombres como Bohumil Habral, Armand Coppens
(escritores-libros-ficciones-fugas) que mixturan con lo indemostrable, que
hilan lo verosímil con lo real, para fugar aún más y obligarnos, en esta
historia desesperada, a ser cosmonautas perdidos en el espacio de la narración.
La
muñeca rusa, o la invitación al vientre y la fuga.