MISERIA Y GLORIA DE SALVADOR DALÍ.
La exposición que ahora muestra el Museo Reina
Sofía en Madrid: Dalí … es una muestra evidente de otra lucha, la lucha que
hace un tiempo iniciara la crítica entorno a las vicisitudes y método del arte
contemporáneo, en un afán por definir la vanguardia, lo que marcha delante, lo
que anuncia el futuro y, desde ahí, fundamentar qué es el arte, o al menos, qué
es el arte contemporáneo, el arte nuevo, de vanguardia y el arte de
posvanguardia.
Previo:
Glorias del nuevo arte.
La irrupción de las vanguardias durante el
siglo XX supuso, en efecto, la ruptura más radical con la idea de arte, al
menos tal y como la había entendido el Renacimiento, o tal y como la había
exaltado el Romanticismo. Pero en realidad se trataba de una ruptura, a la par
que traumática bien es verdad, algo confusa y con no poco de hipocresía, pues
el artista avant garde continuó
amparándose bajo el paraguas del genio creador que doblega el mundo con el
imperio de su norma. El único capacitado para dar una obra real en sí- esto es,
absoluta aunque fuese de temporalidad efímera-, al margen de la naturaleza y de
sus leyes, era el genio, el artista genial. Ahí el caso de Picasso, quien libera
el arte del ejercicio de la mimesis.
Ortega
acuñó el concepto de “deshumanización” para distinguir y distanciar de la
tradición este nuevo proceder en arte. Una expresión que acaso sirva para reglar
esas creaciones rupturistas anteriores al surrealismo, pero no para el caso del
surrealismo ni para los movimientos con exceso de propensión expresiva. No era
sólo la mimesis o la dependencia del arte de la visión de las cosas lo que
estaba en juego, sino la inclusión, probablemente, del arte en la vida, en la
vida vivida y "vivible". Y este incluirse el arte en la vida, es lo que ha dejado
a Picasso en el segundo plano de la genialidad. Picasso pecó de esteticista y
probablemente de deshumanizado.
En realidad, una disyuntiva se abría en el
horizonte de la creatividad del siglo pasado. De un lado la pretensión de eliminar
el sujeto creador, el artista dominador de la técnica o furibundo creador ex nihilo, de tal manera que la obra de
arte fuese al fin liberada y redimida, adquiriendo plena autonomía ante el
espectador. El arte se hacía así más artístico; en la idea de Ortega, más estético,
menos natural y humano y, claro, también menos comprensible al profano y en
consecuencia y paradójicamente también más alejado de la vida.
De
otro lado la eliminación de la normatividad estética preestablecida, esto es, de
los requisitos formales y constitutivos que se supone el objeto artístico ha
de cumplir como tal. Con esto se desvanecían los límites entre los géneros y
las artes (escultura, pintura, cine, danza, performance…). Esta revolución desmontaba
los límites con que entender qué es una obra de arte y qué es arte. Ya el XIX
había hecho bastante en este sentido, en efecto, había liberado el objeto estético
de la abstrusa normatividad, se había sacudido la academia, solo que ahora el
horizonte de la obra dependía del capricho del creador.
Corolario:
necesidad del crítico.
Previo:
Miseria del nuevo arte.
Así las cosas, la obra de arte se hizo autónoma y esto dio aún más posibilidades
al genio artístico. El arte era el producto preciso del antojo creativo, de la
genialidad. El artista podría hacer ahora lo que quisiera y como quisiera,
porque para eso era el creador, el innovador, y en definitiva el actor. Pollock
en este sentido da el paso más allá de Picasso, e incluso de Duchamp. No es
sólo que el artista empezase a reflexionar sobre cuál era su cometido en el
mundo, o el cometido de la obra artística, es que confiaba nada más en su
acción, y no ya tanto en su obra; y esto sí que es revolucionario. Y de esta
manera, acaso el ego artístico se ha sublimado y volvemos a respirar las
cenizas del romanticismo.
Tal
actitud es la que la crítica ha corroborado, si no inventado.
Un
inciso o reflexión.
A lo mejor es esta una de las causas que
explica el triunfo de público de las exposiciones sobre impresionismo y
postimpresionismo en los últimos años. Hay en cierto modo, en el novísimo arte,
carencia de plasticidad, de esa plasticidad que la crítica consideró
antinormativa y antiacadémica por excelencia, que es lo que demanda el público
“no entendido”, siempre desplazado de la novedad, siempre mirando atrás,
visitante de museo, añorante de glorias. ¿Estamos ante una huida, una finta
precisa del arte para caer en los brazos de esa action painting de Pollock, por caso, o de su manifestación radical en las estridentes
acciones de Marina Abramovic?
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Marina Abramovic ... ¿parafraseando a Dalí? |
Dalí
a propósito.
Se trata ahora de incardinar Dalí, de nuevo, en
el nuevo debate del arte contemporáneo, es decir, en esta sufrida disyunción
plástica-conceptual, de espacio-tiempo, de consolidación-acción, o de constitución-expresión;
o de pasado y presente, tradición y vanguardia, clásicos y modernos … vamos,
entre la vía Picasso y la vía Duchamp-Pollock.
La creación de los últimos tiempos, tiempos en
los que, para colmo, Marina Abramovic es ya reconocida como un clásico del arte,
exaltar al Dalí de la acción, al Dalí provocativo y convulsamente conceptual,
es, desde el punto de vista de la crítica establecida, de una sensatez
aplastante. Luego, por si acaso, está el Dalí plástico, ese que se bebió cuanto
de formalismo pudieron fabricar las vanguardias, el que trajo de nuevo a Rafael
e impuso en cierto modo una nueva academia … eso sí, ante todo el surrealismo,
esto es, el ir más allá de la realidad, la realidad más real o “sobrerreal” que
es la que escapa a la razón, aunque no a la inteligencia preclara de un artista
como Salvador Dalí, (o a la de cualquier otro genio freudiano).
¿Es que al fin se ha percatado el artista de
que su arte es recrecer la realidad? ¿Qué todo arte es, en el sentido zubiriano
una “dar de sí” la realidad? Ambiguo proceso, porque es la realidad la que da
de sí.
Aparte de la risa que producía en nuestro nuevo
genio el automatismo como procedimiento artístico aplicado a la plástica, razón
por la que podemos ver en él la disconformidad con el círculo de Breton, lo que
sí es cierto es que todo el arte de Dalí se sitúa en el ámbito de lo vedado, y
esto es ya una provocación, una provocación al sentido común, porque el sentido
del común veta las cosas que le son refractarias. Y precisamente poner lo
vetado al descubierto en tono lírico, eso, eso es Dalí.
Si el automatismo produce risa … es que ya sólo
nos queda la acción, la intuición, la prestidigitación en la realidad. Eso sí,
con rúbrica, porque de lo contrario, el arte muere, pues muere el artista.
Dalí
subraya su nombre, su ego, pone en oro sus letras D-a-l-í, cuando le grita a la
sociedad sus inmundicias o lo que ésta considera equívocamente como tales, al
mismo tiempo que las propias del genio creador –que son en cierto modo las
mismas-. Y es que el común, el mortal, está dispuesto a pagar por las
inmundicias del creador y por las suyas si son firmadas.
No se puede entender el arte de Dalí, de la
acción, sin el común, esto es, sin el hombre desnaturalizado, sin el hombre
social, el hombre dormido … acaso excelente prejuicio con el que el artista
puede trabajar con más libertad y a su antojo, partiendo del hecho de que su
iniciativa será en cierto modo genial, crítica, desveladora, es decir, no común.
El artista está al margen del hombre desnaturalizado, es Prometeo y el primer
héroe de la luz, el que logró escapar de la caverna platónica. Lo que nos lleva
de nuevo a una de las tesis de la deshumanización: el arte nuevo es
fundamentalmente elitista.
Decir que el artista vive de la provocación,
que provocar es su oxígeno, tiene un sentido radical, es la norma del arte que
quiere sobrevivirse, o mejor, del artista, que desea sobrevivirse y,
evidentemente, del artista que solo cree en su
acción, esto es, en su norma sabiendo que está absuelto de cumplirla.
Otro
inciso: La mierda de artista.
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El juego lúgubre. Obra que hizo par con El gran masturbador. |
Vender
la propia mierda enlatada, hacer del vientre una fábrica de arte, tener en el
wáter el estudio y hallar allí el locus
amoenus de la inspiración, es nada más la expresión radical de algo que
Dalí explotó rigurosamente. ¿Quién sino inventó la meditación intestinal al amparo del método paranoico crítico? Piero
Manzoni añadió acaso el tono de humor, ese humor italiano no exento de
gratuidad. Pero hay algo que huele y huele mal en el arte último, ya sea El juego lúgubre o los putrefactos, ya
sean las latas de Manzoni, o los experimentos idos de la mano de Damien Hirst,
otra suerte de conservas, por mucho formaldehido que gaste.
La
conserva es un concepto y una provocación. Un objeto artístico. ¿No es la firme
pretensión de evitar que muera al fin o de que sea definitivamente libre?
Dalí
de nuevo: Dalí encrestado.
Dalí
es devuelto por la crítica a la cresta de la ola contemporánea. “Avida dollars”
ser entregado al mercado, mercachifle de la creación, pintor de notoria
habilidad para representar la realidad y formulador del método
paranoico-crítico. Dalí habría caído en la mediocridad, sobre todo si se lo viera
desde la perspectiva del esteticismo. Pero claro, la perspectiva ha cambiado y la
formalidad no es ya la dominante. El Pompidou, el Reina Sofía lo amparan y
rehabilitan, demuestran al paso, que las exposiciones relevantes –o que
pretenden serlo- están dominadas más que por el curator o el galerista, por el crítico, y que la crítica se mete a
revisora de la historia, de la historia del arte se entiende, para tomar los
museos, los museos más señalados que, a día de hoy y después de todo, siguen
siendo el referente de cuanto deseé consolidarse. Es decir, sus ideas
expositivas, las nuevas ideas que son nuevas perspectivas sobre el hecho
artístico. Las exposiciones son hipótesis de trabajo e hipótesis ad hoc. ¿El
artista, a fin de cuentas, la excusa?
Así que el arte de Dalí acaba por convertirse
en sus experiencias, en sus acciones. Dalí y su arte son inseparables,
inextricables, indiscernibles. Aunque requieran de los medios, y a pesar de que
requieren de los medios, porque dado el caso, ¿quién sería entonces Dalí? Más
que nunca, para ser noticia, para estar en el medio, el artista tiene que ser
contrario al común, tiene que ser élite perversa. Las élites perversas firman
con ocurrencias, y las ocurrencias son más que nada acciones. Así es que la
firma de Dalí necesita de los medios; a fin de cuentas, los mejores
registradores de la acción. Y esto es lo curioso, los medios también necesitan
de la firma reconocida de Dalí. Y quien dice medios dice espacios, grandes
almacenes, y museos, y programas de televisión, y películas, y ciudades, y
naciones, y revistas, y críticos …
Entonces es cuando el artista se convierte en
mito, o transmuta en mito. Y entonces es cuando el común tiene derecho de
reducir el surrealismo a ocurrencia, incongruencia, estridencia.
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Warhol loves Dalí. Fotografía de Cristóbal Makos. 1978. El transgresor beso de la transmisión. |
Otro
inciso: ¡qué viejo es todo!
Qué
viejo es todo, sí. Viejo es el discurso sobre la narratividad, en fin, la
acción, en oposición a la espacialidad, esto es, la estética. Rancio como el Ut pictura poesis mismo, con la
ranciedad de los tratamientos solventes del tema hechos por G.E. Lessing, ese
tremendo ilustrado, en su Laoköon. Laocoonte, la vieja escultura
alejandrina como paradigma de la problemática acción-contemplación. El viejo clasicista
luchando contra la imitación de la poesía por el arte plástico. La escultura en
sus retorcimientos extremos a la búsqueda de un decir, un contar historias como
acciones del mármol en el espacio, con la sola pretensión, monstruosa,
ciertamente monstruosa, de narrar, de otorgar las sensaciones de la
intelectualidad activa. Marina Abramovic pues desvaneciendo los límites entre
las artes, las acciones, performances, discursos … pura poesis. O la estética, la clásica actitud que busca la quietud
contemplativa del espectador, la “objetualidad” del arte, o el paradigma
Picasso, pictura.
Viejo como el debate de la plástica contra el
concepto, de la forma contra el contenido, de las acusaciones de pintar con
brocha que sufrieron pintores como Tizziano, de la elisión del dibujo por parte
de los barrocos, de las animadversiones del Greco contra la pintura de Miguel Ángel.
De la liberación de los románticos contra la academia ¿La forma o el color?
Debate viejo sin duda que trae los aromas del Vasari en los inicios del arte
moderno.
Viejo,
como el debate de la construcción a base de elementos sumativos o de la unidad
espacio sentimental de la obra. ¿Partes? ¿Conjunto? ¿Construcciones o
expresiones unitarias? “Subjetualidad” u “objetualidad”. Sacar de sí el autor el
adentro para llevarlo al cuadro o constituir un cuadro, una escultura, una
película, una fotografía, un video, una performance en sí y por sí … ¿Leer la
biografía del artista u olvidar al artista en la forma pura? Y en fin, tradición
y vanguardia, clásicos o salvajes en el sentido que le diera Valeriano Bozal.
Viejo, todo muy viejo.
Como
vieja es la idea del genio. La idea del artista que fluye y extra verte. La
idea del artista que hace de sí, sueño romántico y del romanticismo, su propia
obra de arte. En este debate, el debate del artista genial, hemos de reconocer
que Dalí también es viejo, muy viejo.
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Recepción en la Academia francesa. |
Genialidades
del genio.
He
aquí que con Dalí se rehabilita el genio, o la teoría del genio. Pero nada
tiene que ver el genio de estos tiempos dalinianos con el genio del
romanticismo. A este le bastaba con Dios, el nuevo necesita de la masa … Y lo
que conlleva.
Construir
un personaje. Base de la idea ética de la personalidad. Existencia. Cada cual
es escultor de su vida. Dalí esculpe su vida de genio. Hace de su vida genio.
Labra su genialidad. Dalí es la obra de arte al tiempo que el artista que la
metamorfosea, en esa extraña mixtura a veces de Rey Sol y Michel Jackson.
Desbordarse
en la sociedad mediática. El artista mediático, el automarketing como necesidad
creativa. El genio necesita de la vida pública que es su corte, y de la acción
privada que es su razón de ser.
Entregarse
a la novedad, la mascarada, lo imprevisible: el arte por el arte elevado al
criterio del capricho.
Configurar
la autobiografía y el autorretrato. Conformar así el mito Dalí. Ser mito desde
niño y confesar haber sido amamantado por la cabra Altea. Y haber sido expulsado
del Paraíso burgués, exilio auto obligado por su padre, por la escuela de
bellas artes, entre los amigos creadores, del grupo surrealista.
Hacerse
del surrealismo un anillo para el dedo genial. Ámbito en que poder ser para
finalmente afirmar en cierto modo ego sum
surrealismus mundi. El auto espacio y la auto realidad. El método paranoico
crítico como defensa de la pulsión, o del porque a mí me da la gana o lo que me
viene en gana, siendo yo y la gana lo mismo, en fin, mejor voluntad de poder,
héroe nietzschiano que pone al fin de acuerdo el arte con el artista, es decir
la pulsión y el sujeto de la pulsión, experiencia de la máxima libertad.
En
este sentido, Dalí es sólo –en mi modesto entender- el último de los modernos y
la quimera de la posmodernidad, usado fraudulentamente por la crítica. En
efecto, un fenómeno de masas.
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Colas en la exposición del REINA SOFÍA. |