La curiosa manía del "desaprendizaje" y El Señor PUNSET.
Desaprendamos.
Es la impertinente idea que Eduardo Punset se ha encargado de sembrar tan
brillantemente entre los lectores de la divulgación científica . Ya está en los
anuncios de televisión, en la calle. Otra cosa es cómo se entienda en realidad
esto del desaprendizaje, porque a lo mejor entramos en un debate nominalista
muy curioso. Podríamos decir … la base de lo humano radica en el aprendizaje.
Desde peques aprendemos, somos, tan frágiles que hemos hecho de la educación la
herramienta precisa de la vida … O bien, lo que nos hace realmente humanos es
desaprender, quitarnos cáscara. Algunos ya vieron este “descascararse” en las
innovaciones e invenciones que son en cierto modo una forma de desaprendizaje …
pero, al parecer Punset nos pide más, nos dice más. En realidad ¿qué dice?
Porque lo que está claro es que no dice del todo lo que se dice ni en los
anuncios de televisión ni en la calle.
En El
viaje al poder de la mente, sugestivo y cautivador título, sensible y
reconfortante lectura, Punset presenta los dos pilares que explicarían el
siguiente aforismo: “No queremos cambiar de opinión, al contrario que los monos
y otros cerebros sofisticados”.
Los pilares son los siguientes (tomémoslos con
sus palabras):
- “… el poder avasallador de las
convicciones propias, frente a la percepción real de los sentidos …
creencias y convicciones heredadas del pasado a la hora de configurar el
futuro”.
Por
el momento no es poca la complejidad que encierra este punto. Abordamos el tema
de las convicciones, que por algo lo son. El problema de la percepción real de
los sentidos, que es, nada menos, que el cuestionamiento de lo real, la
percepción y la función de los sentidos, así como cuáles son estos sentidos,
sin poder eludir el de la mente, que, cuidado, no es del todo el cerebro. Pero
además, el mundo de las creencias, que ni mucho menos es el de las
convicciones, que ni son, simplemente, convicciones heredadas. Para cerrar este
bucle barroco, solo faltaba el problema del tiempo, del pasado y del futuro.
Casi nada.
- “… no podemos –dice Punset- predecir
el futuro porque únicamente sabemos imaginar el futuro recomponiendo el
pasado”.
Bueno,
en este sentido los conceptos de la cuántica han sido si cabe más precisos y
convincentes. Sea el principio de incertidumbre.
La gran preocupación de Punset es sin duda la “paradoja
plástica”, la paradoja de la plasticidad del cerebro, extremando así, y
soliviantando, las tesis básicas de Norman Doidge, que considera que el cerebro
humano es un don de plasticidad, de posibilidades de cambio y adaptación. Ya
que si la plasticidad nos hace versátiles en la inteligencia, y mutantes, es
verdad que ciertas ideas tienden a establecerse y evitar que otras progresen.
Nos alarmaríamos si esta aun fuera la tesis sustancial de la Historia de la
ciencia, aquello de los Paradigmas, de la historia de la filosofía y de la
historia de todas las humanidades, en fin, que como señala nuestro divulgador
“los humanos son incapaces … de aprovechar la ventaja propia de todos los
cerebros evolucionados … poder cambiar de idea. Se aferran a la primera que le
inculcaron”, lo que, hay que decir, no es verdad del todo. Estimemos que las
cosas llevan su tiempo. Alguien no llega a ser el gran Picasso en tres días, ni
deja de serlo en otros tres … nos tenemos que convencer. Yo creo que más que un
pecado, no sé, la convicción es una necesidad, aunque precaria.
Sería muy interesante imaginar un mundo, digamos, "hiperneuroplástico" en
el que la inteligencia se consagrara a la absoluta mutabilidad. Sería, supongo,
algo así como el mundo currente y cambiante de Heráclito, pero a lo bestia.
Además, nos evitaríamos la molestia de honrar a nuestros padres y plantearnos
la necesidad de las tradiciones a veces
tan hastiadoras, ni siquiera daríamos motivos a la mala conciencia ni al
arrepentimiento. Difícilmente tendríamos incluso el “sentido” de la
individualidad, de la subjetividad. Aunque, la verdad, esto me alarme. Siempre
he confiado en quien me dio palabra.
Tampoco
parece esta la pretensión de Punset, la hemos exagerado, bien es verdad. Si
bien nuestro modélico pensador valora la emoción como premisa esencial de los
aprendizajes y de las acciones de la vida, cosa que olvidamos de continuo,
especialmente en épocas de tiranía racional como la que vivimos, en la que todo
se convierte en “medidas” racionales fundamentadas en el buen funcionamiento y
en el buen saber del pasado con vistas a controlar el futuro, nada menos que el
futuro a largo plazo.
Bien, concedamos entonces que somos hipocampo,
quiero decir, fundamentalmente “hipocámpicos”, esto es, que somos todo memoria.
(Habría que preguntar a esos alumnos que se empollan la historia de memorieta
cuál es su opinión al respecto). Imaginar el futuro activa muchas de las zonas
cerebrales que se activan también al imaginar el pasado. Esto es interesante
porque parece fundamentar, al menos fisiológicamente el estrecho lazo de pasado
y futuro, de hechos e imaginación sólo por la participación de coincidentes
zonas cerebrales. Pues vale. ¿Y si con imaginar el futuro lo que empleamos es
simplemente palabras? ¿Qué es imaginar sino idear? ¿El pasado tiene que
ser pasado o es imaginación de los
hechos del pasado? Aquí lo que ocurre es que todo es recreación, nos recreamos
de continuo. ¡Qué pedazo de sabio el Paul Valéry! ¡Qué supino Heráclito!
¡Excelso Nietzsche! Qué más da recordar que imaginar, al final ambos son lo que
el hombre hace quiéralo o no: recrear.
Lo
interesante entonces es que “nuestra memoria está sesgada por nuestros
sentimientos”…, y, como insiste Punset “tus creencias te hacen distorsionar el
pasado”. Pero es que las creencias, en efecto son distorsiones necesarias sobre
las que vivir, y es imposible, como señaló ya Ortega oponiendo creencia a idea,
vivir sin creencias, porque para tener ideas, ideas novedosas, las creencias
actúan de substrato. Es así. A veces parece que Punset quisiera arrebatarnos el
substrato. Y en tiempos de progreso como los nuestros esto suena muy bien, pero
hace mucho mal. Porque alguien podría llegar a pensar que todo lo heredado es
malo, malísimo. Ya lo dijo Platón, una cosa es la doxa, o la opinión común, y
otra tiene que ser o debe de ser la verdad. Para nuestro caso, da igual que
exista o no. Porque el desaprendizaje del que habla Punset, no es sino
sacudirse la costra de la doxa, es decir, atreverse a crear verdades; diría
Ortega, a tener ideas. Otra cosa es confundir la verdad con necesidades de
futuro, pero este es un asunto sobre el que habría que preguntar a nuestros
políticos.
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