El 17 de Enero de 1962 salía a luz, en un taller de imprenta de Madrid, auspiciada por la editorial El Gato verde, Horma, del poeta Alfonso Carreño (1932-1988). Horma es en realidad la segunda publicación del poeta, a medias tintas manchego, murciano, ciudadano del mundo y de la carne. Segunda obra, pues, pero obra ya de madurez, no ya poética, ni formal, sino de madurez, digamos, metafísica, es decir, esa en la que uno llega ya al puerto de su concepción de la poesía.
Sirvan estas palabras de homenaje, mi homenaje, a un gran poeta; un poeta que nos brindó la posibilidad de ser amadores de la materia, de la carne, de la vida, como frugales manifestaciones del espíritu.
La
horma de Horma de Alfonso Carreño.
La forma. Caprichoso continente. Alguien usa la
palabra, la palabra “forma”, y va ya vistiendo las cosas de eso, de cosas que
son tales cosas, o cuales. Porque ella nos hace en realidad, a ti lector, a mí,
a esta pluma, a todas las plumas, aves, ángeles, planetas, espacios continentes.
Todo es forma. Lo informe, para existir ha de tomar forma, ha de formalizarse,
vestirse. Uno piensa en la forma, en las formas, y vaca por los campos de los
antiguos griegos. ¡Qué vestidos tan hermosos para las cosas este “ahormamiento”
de las ideas! Y porque son formadas, pueden ser pensadas, sentidas, amadas. Claro,
las cosas son cosas por la forma, y cuando cumplen con excelencia este
requisito, entonces son “formosas”, hermosean su naturaleza, salen al paseo de
la vida en su auténtico esplendor.
El
demiurgo hubo de ahormar las cosas. Tuvo que darles la forma, imponerles el
capricho. El demiurgo es caprichoso. Y como tal hizo de la forma el alma latente
y el cuerpo patente.
Pretendió
ajustar la proteica materia a las eternas, hermoseantes formas. Hubo pues de
vestir la carne, lo confuso, lo innombrable. Alfonso Carreño lo sabe porque él
es este demiurgo, el demiurgo que ajusta lo impreciso del pálpito a la horma
del verso. Entonces surge hermoso, digno, contenido el sentimiento.
El prólogo de Horma, de Alfonso Carreño, lo componen tres pomas de reveladores
títulos: “La forma”, “Ante un idea a la que la forma se muestra esquiva” y
“Norma de naturaleza”. En el primero dice el poeta:
Contener se el movimiento.
Mi apacible disciplina
hará, de la voz, vecina
-sin temblor- el sentimiento.
El movimiento que bulle no entorno, más dentro
de uno mismo. Ese bullicio que no ha elegido pero que surge, vive, toma al
cuerpo, que, indefectiblemente pasa a través de él. Que se pierde. La voz.
Domesticar esa furia que es la voz, la voz interior, la voz no elegida, vecina,
que habita el mismo lugar que el yo que la siente. El poeta la hace suya
dándole la eternidad del sentimiento. Pero no conforme hay que hacer más, hay
que darle la eternidad del verso, de la inteligencia, de la palabra, del logos.
Esa es, como para los griegos, la verdadera eternidad y es, veremos, la
dolorosa labor de la poesía.
…
Déjame decirte en grado
de bien fundida palabra
verás si mi verso labra
tu silencio más velado.
Y
en el decir la voz en el verso está ya vestido lo que en su desnudez era
informe. Atrapada en continente caprichoso (el verso), la voz interna es ya voz
de todos. Y el sentir, belleza.
El poeta ahormador. La horma del
verso que contiene la voz imprecisa. El poeta que ahorma y pone en razón
aquello que no la tiene, pero que dúctil se deja conducir al capricho de la
belleza. Freno pues del desbocado caballo, contención apolínea del desgarrado
interior, de la doblez irrefrenable de la naturaleza humana. Pero la bestia
habita ahí, habita el cuerpo que yo habito y a veces se niega a ser
domesticada, es intraducible, ininteligible, refractaria al logos y a la
palabra. Solo bullicioso y áspero sentir, como una corriente, una tormenta, un
caos esperando la posibilidad de venir al mundo, de tomar forma. “Ante una idea
a la que la forma se muestra esquiva” lo expresa de esta manera:
Preludio de alba, promesa
de nociones inseguras …
Lo
que aún no es pero viene, y es “temblor de raíz” y es ternura y es “labio que
apenas besa, caída que nunca cesa”, aún fuera del contorno, sin perfil. Amenaza
de no retorno, pues, furia que escapa a los tiempos y a todos, fuego que rehúye
el límite, viento libre y desatado sin recipiente que lo aprese.
Por eso, más horma que forma, porque Carreño es
un hombre de la carne. De los perfiles en que se guarda, de la figura que
palpita. Y el componente ideal de la materia, un tanto abstracto, él lo ajusta
a la figura, al perfil que es visible, deleitosamente visible. Al contorno,
hecho para ser abrazado, acariciado, tomado. El contorno que nos hace mano de
alfarero amante del barro. Que nos hace dioses. El alfarero es mano que ama la
mansa carne. Va en la palabra “contorno” la sugerencia de las formas que el
poeta ha amado y amará. El contorno. El
contorno que es la norma, la prisión de la exuberancia, la exuberancia misma en
la posibilidad de su deleite: horma.
Nos descubre así el poeta cómo la forma, la
horma, es la norma de la naturaleza sin la que sería imposible el gozo, el
disfrute, la belleza. En “Norma de la naturaleza” Carreño cierra el prólogo, confesando
la poética de su obra.
“La
semilla va impulsando la tierra”, dice en sus versos. Ese in status nascente que es la voz, pura sed de creación, necesidad, se ahorma en
la creación de otra vida. “… creando/con sed de acción otra vida.”Atención,
lector, a este “otra”, que hace de la vida a nacer, una vida independiente del
poeta, sesgada, parida, arrancada, felizmente arrancada de su propio ser. Y
entonces:
Contemplo aquí mi dolida
labor escribiendo “rosa”,
y no una huella olorosa
sino un radical contento
me vuelve por uno, ciento
de esta savia laboriosa.
La
palabra da la forma en que ya reposan las rosas para siempre. Fragantes y
bellas. La rosa juanramoniana es en Carreño la norma, la idea, la horma, la
forma, su fermosura … y es por eso que no hay más que tocar la rosa, porque es
así, es su naturaleza, toda ella está en la palabra: el contorno preciso, el
límite firme, su ser poético, la belleza domesticada.
Pero hemos dicho que el contorno es también el
verso que cobija la palabra. Ese es su perfil. Por eso, Horma es una sucesión de poemas contenidos en un caprichoso
continente, el de la estrofa de diez versos octosílabos.
La
horma de Horma es la décima espinela, estrofa de diez versos y cuatro rimas con
el esquema abba a/c cddc, en realidad dos redondillas hiladas con dos versos de
transición cuyas rimas reiteran la despedida de la primera y anticipan la de la
segunda. Los versos de transición o de enlace hacen las veces de ruptura y
continuidad. El rupturista es el quinto verso, verso clave, verso esencial que
aún vinculado a la rima inicial anunica sin embargo el sentido de la segunda
redondilla. Se hace notar, hinca sus esfuerzos y nos obliga al encabalgamiento. Aquí, parte de la espinela titulada “Lo absurdo”.
(…)
La vida cuajada y viva
se me representa, y creo
lo que
estoy sintiendo, reo
de
gozos y de pesares.
Vivo sobre los andares
que me vierten por el mundo
(…)
El
verso quinto nos da la clave, la excusa,
la explicación y el sentido último de todo el poema. La décima, en realidad descansa
en él. En él se ha puesto el poeta, como en una confesión ahíta. Es lo que está
sintiendo, aquello que hace que se le represente la vida cuajada. Es al tiempo
el verso que alude el sentido de la segunda redondilla en que esa vida cuajada
se desdobla en los andares y el esfuerzo, que al fin no son sino la vida
cuajada y viva.
Estos
versos 5 y 6, versos vinculadores y de tránsito se implican, exigen un fuerte
encabalgamiento que, en fin, hace de la espinela una perfecta unidad
compositiva, tan prieta como el soneto. Y a Carreño, un maestro de la estrofa.
Los
primeros cuatro versos nos presentan el tema. Los restantes, amplían el mismo y
nos disparan en fugas, angustias, tránsitos, posibilidades dentro del tema. Es
decir, reflexiones sobre el tema que nos ponen en la situación del poeta y en su
frágil seguridad.
Tomemos
otro ejemplo, “Sueño desapacible”:
La noche es la más tranquila
anfitriona del suspiro.
A lo equilibrado aspiro,
mas la oscuridad destila
esa inagotable hila
de hondo respirar fogoso
que hace el aire sonoroso
desalentador del sueño
y me impide hasta ser dueño
-en exilio- del reposo.
Sea
el tema la necesidad que el poeta tiene de equilibrio, es decir, de ser dueño
de sí mismo, y como la noche habría de prestarse a ello. Pero esa inagotable
hila de respirar fogoso, que el quinto verso nos presenta en su natural
encabalgamiento con el sexto, desbarata tal posibilidad. Cunde entonces el
desaliento del sueño y en consecuencia la pérdida del dominio de sí. Cae
supuestamente el desorden cuando el poeta es tomado, sospechamos, por el
frenesí de la poesía.
El
cuerpo, la horma es tomada, el equilibrio formal no existe sino que el
temperamento va labrando la forma. El equilibrio no está sino en ese dejar
manar la labor poética: no ser dueño, pues. La voz que ya vimos que viene a
visitar al poeta sin aviso, que obligado está a darle el molde necesario de la
existencia. El molde de la espinela.
Pues bien, todo Horma es ese dar forma a la voz que surge y nace en el interior del
propio poeta. Esta es la causa de la frágil seguridad lo mueve, que le muestra
no ser dueño de sí mismo y que en consecuencia hace del poeta un poeta de
espinelas, es decir, de la estrofa de lo inseguro. Las partes del libro: “El
sonoro sentir”, “La tierra amarga”, “Lo fugaz sometido”, “Paisajes”, “La piedra
viva”, “Thalía”, “Lo salvado (homenaje a Vivaldi)” son experiencias de la
encarnación, experiencias de la toma de horma, de cómo lo no elegido, viene a
ser en su expresión, expresión de indecisión, de reflexiones, de dudas, de
fragilidad en fin, una décima espinela.
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