FERMÍN GARCÍA SEVILLA

El paisaje que tal vez viene.




                                                             Alcalá de Júcar
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¿Es posible la renovación de la pintura de paisaje? ¿Es que tiene que existir una renovación de dicho género? ¿Y por qué? ¿Pueden las tendencias creativas actuales desvirtuar el que fue uno de los más excelentes motivos pictóricos en pasados siglos? ¿O es que cualquier planteamiento hoy en día sobre géneros pictóricos es reliquia y pretérito? Es terrible esto del pretérito en un tiempo como el nuestro sumido en la histeria de la novedad. Y el caso es que el Paisaje ha pervivido; persiste vehemente y contumaz y acaso marginado de galerías, certámenes, y toda esa suerte de competiciones pictóricas tan al uso. Y al tomarlo entre sus manos y levantarlo en su copa algunos de estos avezados creadores, ¡paisajistas!, ¿qué ocurre con su brindis? ¿Lo hacen contra los nuevos tiempos o por los viejos tiempos? Difícilmente lo sabremos. Porque resulta que aún podemos experimentar una migaja de placer en la contemplación de un luminoso horizonte, ante las ruinas de una abandonada casa de pastores, ante la efervescente cornucopia de colores que trae Flora en su cesto, o contemplando el terrible enigma de la recogida del fruto. Y esto es brindar por el futuro. “Si no es género ¡que sea al menos pintura!” –dirán-. Y si la pintura ya no existe porque el alma del arte es compleja y trotamundos … ¡que sea arte!, que sea experiencia estética. En efecto, no sabemos ante la pintura de paisaje si brindamos por el mañana o por el ayer, no, no lo sabremos o el tiempo dirá.

Paisajes, paisajes urbanos, paisajes naturales, rurales, paisajes de la emoción pura del espíritu. Paisajes inventados. Terrestres, marinos, lunares, cósmicos. Extraños. Ahí inermes y sustanciosos: paisajes de la soledad, de la convivencia, del cambio permanente y de la tecnología los urbanos, hechos para pintura fría y estructural, para la expresiva, nerviosa y crítica. Paisajes naturales, plácidos, ejercicios de luz y discriminación visual, ejercicio de ligereza, de detalle, de búsqueda del paraíso perdido, de la paz anhelada. En ellos la técnica rezumando… la pintura misma en estado puro: virtud terrible de la pintura de paisaje que nos pone ante lo que se está perdiendo o ante lo que nos consume.

En esta tesitura veo yo los grandes, los medianos, los pequeños cuadros de Fermín García Sevilla (Tomelloso, 1962) que se exponen en la Galería de Sokoa de Madrid. Son la virtud de la pintura, la virtud del anhelo, la virtud de la contemplación pictórica, la virtud de la fervorosa técnica que bebe en los anales de la tradición “haesista”, en la tradición mancheguizada de López Torres, y en consecuencia, del mejor hispanismo pictórico. Pero que no se conforma, que busca, que experimenta, que, dentro de la tradición, indaga caminos, miradas nuevas: encuadres novedosos, pretensiones abstractivas, expresiones de color nunca holladas dentro de su naturalismo elegante: nuevos motivos y nuevas motivaciones. Y entre éstos, algo que es clave y que sirve para realzarle también, ser un nuevo sentir del paisaje manchego. Si en realidad existe la renovación del paisaje, Fermín es una de sus posibilidades, pero además, es la posibilidad de la consagración del rincón manchego como singularidad “pictorizable”; él rescata rincones, los recrea, los rehace, los reanima … mete La Mancha a presión en la renovación posible, en la emoción de los nuevos tiempos porque, no se engañen, la emoción es siempre nueva, moderna y novedosa, aunque su motivación sea vieja y extemporánea.

                                                                 Ciudad Real Matinal

2

Hay en Fermín García Sevilla una constante. Es una constante que ha creado escuela, que se ha extendido por los lares y talleres de los pintores de La Mancha como una mancha de óleo acuoso, que ha generado imitación por su puro atractivo. La constante es la dialéctica del primer plano con los planos sucesivos, los elegantes otros planos que se van extendiendo en el lienzo como un ardor de infinito que, curiosamente no es romántico, es clásico, equilibrado y mesuradamente racional. ¡Una emoción contenida!

Aquí, casi al tacto del espectador, se desvanecen las cosas. ¿Se desvanecen digo? No, no se desvanecen, a lo mejor es que no llegan siquiera a ser, están ahí, manchadas unas veces, in statu nascente otras, a punto de venir al mundo, o habiendo venido a medias. El primer plano es un ejercicio de “incompletud”, un borroso espectáculo de lo no definido. Y en esta su no definición es donde entra la dialéctica, el juego de diálogo contrariado con los fondos sucesivos, iluminados, definidos, constitutivos, claros en su lenguaje natural, hasta el fondo, el horizonte templado y más claro donde se acaba todo.

Hay por lo tanto en sus tablas, en sus tablas enteladas una vicisitud abstractiva del primer término que se opone a una dislocada naturalidad figurativa de los medios, de los fondos.

¿Dónde está el motivo? Aquí el motivo es cromático y sugerente, inacabado, moderno y además romántico, ¡es curioso que sea el primer plano el diluido! Más allá, el motivo se hace evidente: la casita de pastores, los almendros, los olivos y retamas, el remanso de agua o el charco, un ciprés, las murallas y el castillo, el pueblo … la montaña, el celaje. Bien guardado, bien encerrado, bien motivado: clásico.

¿Cómo no iba a ser el paisaje manchego parte fundamental de esta visión? Maestro tenemos: el paisaje contenido, el paisaje de la infinitud mesurada. El paisaje del horizonte que cabe en un lienzo. Obsérvese como Fermín ha eludido toda claridad excesiva de la mancheguía, la tormentosa canícula, la polvareda del paisaje, el exceso que encontrarán en López Torres, su paisano estímulo. Sabiéndolo o no, Fermín es más un “haesista” que ha tamizado los excesos, que pinta del natural, que corrige con la alegría del maestro que compensa los excesos de esa naturaleza, en especial la naturaleza lumínica. En esto el paisaje manchego enseña, porque aún siendo excesivo en la luz es comedido en los horizontes, en los encuadres, en los motivos: es clásico, cegador en estío, si, pero clásico, tan clásico como un doríforo.

No me imagino, no puedo imaginarme a Fermín sino amando lo que pinta. Y yo creo que su amor empezó por esos singulares paisajes de La Mancha, los espacios que envolvían su Tomelloso natal, esas Lagunas de Ruidera, esos horizontes de monte bajo en que clarea una caída de sol o un amanecer, y ese amor ha ido quedando envuelto en todos los paisajes pintorescos de las Españas, a raíz de él, y a través de él los ha comprendido y gozado.

 
3

Cualquiera que compare las creaciones de Fermín García Sevilla hace unos años con estas y que ahora cuelgan en la Galería de Sokoa, se percatará de un discreto pero continuado cambio. Podríamos denominarlo madurez, dominio de los procesos técnicos, consolidación magistral de su visión del paisaje. Y todo pese al hecho persistente: esa dialéctica del primer plano y los planos sucesivos. Es verdad que antaño este primer plano era más un ejercicio de abstracción, y que ahora se ha ido consolidando y matizando en un naturalismo taimado; hay en ellos –diría- como un miedo ínsito a la abstracción. También la luz se ha matizado, se ha “desclarificado”, se ha hecho más soportable, y la claridad anterior un tanto inocente e ingenua se ha convertido en un proyecto de medidas gradaciones que evitan cualquier chirrido. ¿Se nos ha hecho Fermín más clásico? ¿O es que ya no le importa ser menos moderno?