JUAN SÁNCHEZ


EL ITINERARIO CREATIVO DE JUAN SÁNCHEZ. Una teoría de su escultura no monumental



¿Qué ocurría a la altura de 2002?


Levantaremos nuestros reales en algún lugar, es decir, en algún momento. Así tiene que ser. Sea pues el año 2002, o sus aledaños. De algún sitio tendrá que partir nuestra empresa, de algún punto que nos permita trazar una trayectoria, esto es, un itinerario. Desde luego, todos los itinerarios tienen algo de biográficos, de prospectivos, de perspectivos. Desde los lugares habilitados uno puede mirar atrás y adelante. ¿Qué acontece en el lugar del año 2002? Desde mi punto de vista, que no es sino otro itinerario, lo que ocurre es que Juan descubre el dibujo. Descubre las capacidades expresivas de la línea en el cuerpo humano. La magia de poder imitar y al tiempo recrear las cosas del mundo se apodera de su pintura. Esto es esencial, Juan descubre la fruición de la realidad. Pero su realidad es una realidad recreativa, personalizada. La línea traza intereses, traza expresiones, traza, eso, itinerarios.

Es decir, que al través del dibujo, porque la línea no es otra cosa, nuestro artista descubre la humanidad de la figura humana, que no la forma. Es que interesa la humanidad, la humanidad de la línea.



Del grabado. De cómo se cruzó en su trayectoria y del imperio de “la línea seca”.

No ya cualquiera, pero sí cualquiera podrá recordar aquellas pinturas en que con una tendencia monocromática, algunas figuras humanas se debatían en el espacio (ese espacio, otra de las fervientes obsesiones de Juan). Era antes del 2002, lejos pues de nuestros reales. Pero eran. Desnudos azulados en un horizonte perdido de cipreses. Desnudos bañados de amarillo áureo que se debaten en estancias imprecisas, la línea reclamando, aún balbuciente, su función. Es decir, de lejos venía anunciando la expresión lineal su protagonismo. Cada vez reclamando más solidez, más precisión académica, más dedicación. Obsesivo el dibujo, obsesivo en su promisión liberadora de lo abstracto. (Porque liberarse de lo abstracto, creo, ha sido obsesión en Juan). Y de repente, no es que se cruce, es que fluye como manantial, desde las mismas necesidades creativas, el grabado. El grabado y su terrible peculiaridad; que la linealidad es física: hay que herir el cobre, la plancha, el material, para que fluya la sangre en la tortura del tórculo e impregne el papel. Esta es la línea seca, el ejercicio de su tiranía, de su subyugante y hechizante poder, la serpiente que ha encantado a Juan Sánchez.

Tal actitud tomó madura relevancia en 2007, con aquella exposición de grandes grabados cromáticos, texturales, algunos con motivos de la portada plateresca de la Parroquia de la Asunción de Manzanares. Era la efervescencia de la línea. Era un matiz sincopado que habría de refluir en la pintura y en la escultura.


Y en tanto, la escultura, qué.

Los espacios arquitectónicos y simbólicos se fueron apagando y surgió el hombre. El hombre en el despliegue de su humanidad. Una escultura que mal podríamos llamar –porque los nombres nunca se adecuan a las cosas- el “antropismo simbólico”. He aquí un hombre con una escalera al hombro, o con una patera sobre su espalda: su cruz. El símbolo tiene aquí una importancia capital. (Yo creo que siempre la ha tenido en Juan Sánchez, desde sus primeras obras); pero ahora es imprescindible, porque el hombre no es sino hombre simbólico. Aunque en la representación no debemos tomar este símbolo a la ligera, no, que no es el símbolo instrumental (la escalera o la patera) la que interesa en realidad, sino la figura humana asociada a ese símbolo instrumental. Es lo que confiere un matiz cuasi religioso a estas figuras. Y claro, son figuras quietas, más muñeco o exvoto que propiamente anatomía, proporción, vitalidad. ¿Qué puede importar la anatomía, la proporción, la vitalidad cuando estamos representando el símbolo?

Un símbolo genérico, un símbolo abstracto: antropismo simbólico. Disculpen el neologismo. En él, cada hombre, cada ser humano carga su cruz, sí, carga con los hechos de su vida que no es sino un hecho simbólico.





¿Y ahora qué ocurre?


Ahora, ¡ahora!; ¡como si fuese este el fin del itinerario! No hay fin posible, el fin no ha hecho sino empezar. La escultura última de Juan Sánchez sigue anclada en la preocupación humana. Sigue tributando, si bien menos, al símbolo. Ahora nuestro escultor confecciona pescadores: El pescador con su barca, el pescador con su pez, el pez con su pescador. La mujer del pescador. La vendedora de pescado. El pescador sentado, cargando o descansando. Lo que ha ocurrido es que la línea ha ejercido ya su completo magisterio, se ha adueñado del proceso escultórico, de la adenda de papel arenado al alambre en comunión con la goma. Estamos ante la escultura más gestual de Juan Sánchez. Gestual, elegante, viva. Estos pescadores ya no son exvotos, se han liberado, viven y respiran, se ensimisman o salen al flote de cierta chulería. Y todo el secreto está en aquella línea que empezó siendo línea y no quería ser solo línea.

El gesto es lo esencial, lo fundamental de estas piezas. Un gesto que las califica como figuras, un gesto que las hace humanamente humanas en el ahora, en el ahora que ahora ocurre, en lo que llamamos “momento”.

Tanto deben a la vicisitud de la línea, a ese largo y costoso itinerario, que se podría decir que son esculturas desmaterializadas. Descarnadas, “destúrgidas”, en las que apenas queda la huella del autor en las “lonchas” de papel. Y en este sentido, tampoco la espiritualidad, la religiosidad si se quiere, se ha perdido, todo lo contrario, persiste transformada, alejándose de la materia, explayándose a través del gesto, en un insuflado aliento de misticismo. Como si fuesen obras del Greco, habría que preguntarles ¿de cuánto os habéis despojado para quedaros solo en vuestro gesto?



Otra vez los grabados.

Claro: los grabados y los dibujos se van liberando. No pueden liberarse de línea, pero lo hacen del contraste entre línea y plano, línea y gama cromática. Tenemos en los nuevos grabados una efervescencia del color que sobrepasa las cortapisas de aquella línea que, además de rígida, tiende ahora a decorativa, de limitante a extrovertida, de física a espiritual. Esto es, gesto.