PAUTAS PARA UN ITINERARIO
PICTÓRICO. La pintura de José Fernández-Arroyo.
El sentido “érgico” de la
pintura.
Creo que se trata de la condición propia de
algunos pintores, no muchos la verdad, pero es el caso que para comprenderles su
quehacer, el de José Fernández-Arroyo por ejemplo, hay que retomar muchas de
las inquietudes plásticas del pasado Siglo XX, e incluso de la Historia del
Arte occidental. Ocurre, porque como decía Zubiri de su relación con la Filosofía,
Fernández-Arroyo ha sido para la pintura y escultura un alma de actitud érgica.
O lo que es igual, ha tenido que recrear en sí todo el proceso plástico del
siglo que le vio nacer, y apurando, del más lejano pasado; vamos, que ha tenido
que vivir íntegro el sentido en que supuestamente marchaba el arte, digerirlo y
evidenciarlo en una obra personal, creciente y consolidada. En efecto, la obra
de Fernández-Arroyo no sólo hay que contemplarla cuadro a cuadro, para
disfrutar de cada cual, e independientemente, sus matices sensibles que, además,
los tienen en abundancia. Hay que verla y apreciarla sobre todo en la diacronía
del conjunto, en su libre fluencia, en
marcha. Descubrimos entonces que la obra se va haciendo poco a poco,
lentamente. Podríamos decir, como ocurre con tantos otros artistas, que asistimos
a la generación y proceso de una pintura, que abordamos la biografía pictórica
de alguien que se ha ido abandonando en los cuadros, como creador, como artista,
como sentiente. Claro, esto es extrapolable a cualquier pintor, desde luego la
suma de los cuadros hace la biografía, pero es que en el caso, no único en la
historia del arte, repito, de Fernández-Arroyo, lo que se muestra no es sólo la
evolución del pintor, sino lo que el pintor estimaba que debería de ser la
evolución o el sentido de la pintura; de manera que biografía y tema de la obra
son la misma cosa, que la obra no perece en un tema, ni en una forma, que late,
que vive, que pretende ser biografía o historia de la pintura misma, extraída
palpitante del sentir y compromiso creador del artista. He aquí el carácter érgico,
ejecutivo e histórico de estos cuadros. Valga una exposición de tales
características para apreciar lo que llevamos dicho. En realidad asistimos a la
epifanía de ese ergon, en la manifestación última, la de las pinturas de la
década de los 90 en las que Fernández-Arroyo consolida ya sus inquietudes.
Lástima que sólo una obra, Bodegón,
de 1975, pueda indicar el sentido
dramático y dinámico de este acontecer.
La supuesta marcha del Arte.
La supuesta marcha del arte será entonces una
línea de aproximación certera a la voluntad estética de Fernández-Arroyo.
Cuando
Malevich inicia su serie de pinturas, si así puede definirse, desde Cuadrado blanco sobre fondo blanco, en
1916, lo que hace es nada más dar fin a una marcha que se había iniciado en los
tiempos del Renacimiento, y esto por poner acotación y cierta lógica a un
proceso que no es del todo cierto. Es decir, el desarrollo abstractivo de la
pintura occidental, o la llegada a la abstracción, era un elemento ínsito en la
pintura misma y en la inquietud artística. Ya el cubismo supuso un salto de
calidad en la apreciación de la realidad, la realidad del cuadro desde luego.
La independización y crítica de la perspectiva tradicional, la reutilización
lírica del espacio, su descomposición formal, la libre interpretación del
objeto, ponían en claro la libertad creadora del pintor o escultor, pero
también la total ruptura o la total identidad entre lo real artificial que era
el cuadro, y lo real natural que era el mundo a representar. Y así, remontando,
el arte se vio sobre el rabioso fauvismo, y el simbolismo, previo paso por el
espiritualismo neorromántico de Kandinsky. Acusó el romanticismo, y descubrió
la pretensión desrealizadora de la línea en el lenguaje escultórico y pictórico
del Neoclasicismo. Descendió a los infiernos del barroco excéntrico y al desafío
formal del manierismo que desatara el furibundo Miguel Ángel.
Pues
bien, este proceso, que es uno de los procesos de la Historia del Arte
occidental es el que yo veo en la voluntad creadora, o mejor recreadora, de las
pinturas del pintor al que homenajeamos. No ya sólo el compromiso con el
sentido abstractivo de la creación, en la
exageración que pronosticó la Vanguardia clásica del XX, sino también todo
el proceso sentiente que lleva aparejado desde que el Renacimiento desajustara
el clasicismo heredado o ideado, que tanto da. En este sentido decimos que
Fernández-Arroyo ha tenido que reobrar en sí toda la historia del Arte y toda la inquietud del siglo XX en su
versión formal. Versión que pone en sintonía dos aspectos de la abstracción que
grosso modo permanecían divorciados: el esquemático-elemental de Malevich, por
ejemplo, y el senso-espiritualismo de Kandinsky, asunto que no es de poca
enjundia y que acaso llevó de la mano gran parte de la creatividad de
Fernández-Arroyo. En definitiva, versiones formales que hoy quedan tamizadas y
solapadas bajo el interés que ha ganado el carácter conceptual de aquel impulso
de principios de siglo.
Frente a la tradición y
modernidad del solar manchego-ibérico.
Pero con decir esto no basta. Fernández-Arroyo
tenía que reobrar, innovar y dar de sí a
la tradición en un mundo refractario, en una sociedad anquilosada, en que las
inquietudes culturales eran poco menos que una aventura, un echarse en brazos
del abismo. Porque el lenguaje de la abstracción, era, cuando Fernández-Arroyo
empieza a pintar, un hecho marginal, un extraño acontecimiento que todavía tenía
que creerse la ciudad de Cuenca a mediados de los 60. Me atrevería a decir que
la vida, la biografía y el arte de Fernández-Arroyo se ajusta al concepto de
deshumanización del arte orteguiano, en dos sentidos al menos. Uno, por la elisión
pretendida de la figuración en su pintura. Otro, por el carácter elitista, de
creador de vanguardia en una sociedad deseosa de apertura, pero incapaz de
generarla, maltrecha a la hora de manifestar lo moderno. Para lo primero, la
elisión creativa, no queda al artista otro recurso que investigar, pintar y
abrir los ojos, desgañitarse en cada cuadro para clamar en el desierto. Y
cuadro a cuadro nuestro pintor elide la figuración, rompe la línea cubista que
de mera limitación pasa a explotar su vena lírica (asunto que ya estaba desde
luego en los cuadros de Picasso o Braque) o de sus evocadores españoles como
Vázquez Díaz. Por lo segundo, Fernández Arroyo tenía que provocar, menear y
agitar al público, dolerlo. Y por esto se entregó a la novedad y se aferró al
movimiento del Postismo en su momento, como movimiento moderno de raigambre
manchega cuya pretensión era despertar las sanchopancescas conformidades y
rescatar en la pureza artística la mancheguía creadora.
Algo
de ese movimiento postista de posguerra hay en la inquietud estético-pictórica
de Fernández-Arroyo (dejemos al margen la poesía). Por lo pronto la densa
preocupación por la investigación formal, por la capacidad expresiva del
lenguaje. De otro, el atenerse a la sensibilidad inmediata, como pedía
Carriedo, postista, una sensación pura explotada con conciencia. Yo creo que la
pintura del manzanareño es una exacerbada tensión del cubismo manierista que
se da más allá de los 40, como lo había
tensionado también el pintor y amigo suyo Guijarro. Y en su resolución
abstracta, estas pinturas son la expresión de una refinada sensibilidad, en
efecto, sensibilidad hecha consciente. Tal vez estos dos condicionantes son los
que explican la profunda y rompedora dialéctica que mantienen fondo y forma en
sus cuadros, línea y color. Con esta actitud deshumanizadora y elitista se
plantea el reto de lo establecido en arte, esto es la crítica, la dialéctica
abierta ya en lo moderno, ya en lo tradicional, actitud impía y humilde a un
tiempo de la formulación postista.
La reabsorción.
Fernández-Arroyo es uno de los grandes artistas que
ha dado Manzanares. Aún a sabiendas de que el artista es de nación universal,
hora es ya de recuperar a este hombre que querámoslo o no está íntegro en estas
pinturas, que en estas pinturas integra el devenir de gran parte de la pintura.
Con ellas y en ellas explora una perspectiva de la historia del arte que se
mueve entre la tradición y la
modernidad. Hora es de restituir al creador Fernández-Arroyo en el pueblo que
le vio nacer y que sin duda tuvo que dolerle. Al poeta, escritor, pintor,
escultor y cineasta. Hora es ya de que Manzanares, pasado ya el siglo XX,
despierte del sonámbulo solipsismo y empiece a quererse queriendo a sus
creadores. Esta exposición, organizada por el Museo del Queso, con el
patrocinio del Excmo. Ayuntamiento de Manzanares y con el apoyo de la
Diputación Provincial de Ciudad Real, es y puede ser una buena y nueva
excusa. Tomemos carrerilla y avancemos
en pos de nosotros mismos.
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