ISABEL
VILLALTA.
A través del otoño.
Ediciones
Vitrubio. Madrid. 2013.
La "transversión" del tópico.
El Otoño ha sido sin duda uno de los grandes
temas poéticos, un gran tópico a fin de cuentas. Más que metáfora, el lugar de
encuentro en la metáfora, continente en que saborear las mieles de las
trascendencias e inmanencias, del sujeto y de las cosas. El tópico rezuma ya en
las obras poéticas más arcaicas, es metáfora abusiva, exagerada, hipérbole de
la vida. Predispuesta siempre al servicio de los poetas que cantan la vejez, el
tiempo en que recoger la cosecha, la decadencia y el ocaso, la preparación del
invierno frío y letal, del anuncio de la muerte en fin. Hemos hablado del otoño
de las civilizaciones, de la vida, de nuestro propio otoño y del otoño de
cualquier cosa, como si la estación fuese nada más un vestido con el que se
definen las cosas y los sentimientos.
Decadentismos,
es decir, todo movimiento consciente de su decadencia que ama el arte por el
arte, modernismos, o todos aquellos que salvada la finitud relativa se entregan
a la belleza del lenguaje, toda suerte de pesimismos barrocos o no, que se
enfrentan con la vida como un mal pasaje, han paladeado de la metáfora, pero
también el vitalismo excelso, consciente de la energía finita del ser, ha
cantado lo inevitable del otoñarse. Tras
del Otoño poético late ya la idea del universo mudable y en consecuencia de la
finitud, y de la muerte. Ha sido el salir a luz del radical temple de la
melancolía. El Otoño en este sentido tiene su alteridad, su complemento si
acaso; es la primavera, y por esto existe también una primavera poética.
Sin embargo hay algo singular en el Otoño de
este A través del Otoño de Isabel
Villalta, libro de poemas y de poetisa que se siente radicalmente mujer. Su
Otoño es un otoño doméstico, un otoño esperanzado que consciente de un largo
pasado, de un acotado futuro, saborea los frutos de la vida, los ensalza,
aglutina y convoca ante el presente vívido, el ahora. Hay algo, mucho del
horaciano “Carpe diem” en estos versos, en su latencia. Asistimos, sí, a una
cosecha de la felicidad, moderada, hecha hogar; se trata de un carpe diem controlado, cuyo protagonista
es un temple melancólico que saca a luz el carácter esperanzador y alegre del
día a día, la animosa ligereza de lo cotidiano a pesar de lo fatal del tiempo o
de las vicisitudes.
A veces resulta inevitable que las metáforas,
las grandes metáforas, cobren personalidad, se dejen impregnar del usuario. El
Otoño de Isabel Villalta es un otoño blando, doméstico, cargado de
sensibilidad, esperanzado y melancólico a un tiempo, pero prieto de
acontecimientos con sabor, con olor, con tacto. Todo recuerdo, es, incluso, una
posibilidad de futuro. El Otoño de este libro, siguiendo el tópico, huele a estación
de cosecha de frutos, de presentes dorados membrillos, de abigarrados mostos:
recogida de la juventud de la vida que se manifiesta en el amor maduro, en el
amor de madre, de esposa, de poetisa hija del ecúmene más próximo.
El "a través".
¿Qué puede importarnos entonces el Otoño? Es
más, es que el Otoño no importa en este poemario, lo que importa en realidad es
el “a través”, esta tremenda, hilarante locución preposicional que abre el
título del libro. Locución que vive también de su ambigüedad, de los plurales caminos
transitables que porta. Podríamos traducir “por donde el otoño”, como diciendo
allá por donde éste va. O “atravesando el otoño mismo”, como la luz atraviesa
el vidrio, trascendiéndolo. Podría ser también “el través”, el otro lado, la
otra perspectiva desde la que contemplar la estación. Podría ser incluso, “el
envés” o la dimensión no perceptible del mismo.
El
poema “Reflexión”, en la tercera parte del poemario titulada “Serenidad”, es
indicativo de lo que decimos. Sus contrastes, las oposiciones presentes, describen
un otoño bifronte, como si el “a través de otoño” fuese labor de dicotomía y
contradicción con la que conformar la historia o la biografía. Porque al final,
aquí late una historia, una biografía.
Sensibilidad. Cotidianidad. Alteridad.
Desde luego, lo que sí nos vale para
entender este Otoño, es arroparnos con la piel de Isabel Villalta, la poetisa,
arroparnos con su sensibilidad epidérmica, rigurosamente hablando, porque son
los sentidos los que sienten este otoño, los sentidos y la sensibilidad, a fin
de cuentas verdadera condición del a
través. Las notas de sentido, sentimiento, sensibilidad son clave en esta
interpretación. En un poema titulado “Lluvia de Octubre”, incluido en la
primera parte del libro “Rachas Chasquidos”, habla la poetisa de “tazones
humeantes”, de “lecturas más tiernas”, de la imposibilidad ya de “los eróticos
excesos”, de “el ardor de ahora mismo”, de la “pureza” o de la “añoranza” como
sentires, sentimientos sentidos. El mundo penetra por la piel, por lo
sentiente. El mundo se hace chasquidos, señas que arrebatan, que toman el
cuerpo, explosiones de fuego que abren el intelecto tras sentirlos y
saborearlos.
En
esta conexión mundana cobra especial relevancia el contacto con los otros, el
contacto humano como una exigencia cuya máxima expresión es la cercanía sentida
de la familia, continente de recuerdos y de promesas y frutero en que se
almacenan las cosechas que disfrutar ahora-mañana. Los recuerdos son en efecto los
frutos dorados, la cosecha, pero al mismo tiempo, y esto es lo peculiar, es
semilla promisoria. La conexión humana es promesa. Así acontece en “Inquietud”,
poema de la tercera parte, “Fin de otoño”: Qué
ilusión el teléfono, corríamos los dos …/(…)/ y esperábamos también/al cartero,
pero ya no hay costumbre …/ (…)/Nos acordábamos/del correo electrónico/ y los
dos ensayábamos … Muchas veces, esta promesa del contacto, se expresa
mediante citas poéticas, sean las de Neruda, que no son extrañas en la primera
parte del poemario, transmutando así la poesía en cotidianeidad.
Es verdad, lo cotidiano cobra por lo tanto
especial relieve en esta poesía, y da una nueva proyección a la materia
poética. Casi todos los poemas están basados en esta aplicación de la
sensibilidad sobre lo cotidiano, lo vivido a diario que es a fin de cuentas lo
verdaderamente amado. Fruto de frutos, de manera que llega a hacerse símbolo,
señal y metáfora. En “tensión”, de “Rachas Chasquidos”, dice: 15 de tensión sigue siendo/una cota de
riesgo. /Desayuno con leche desnatada/y tostada integral/con mantequilla baja
en calorías/(…) El lenguaje coloquial viene a complementar el lenguaje
profundo de los sentimientos y de las sensibilidades, acaso otro secreto de
este poemario para domesticar el otoño o hallar su través.
En
fin, me atrevería a decir que para capturar este “a través”, existe un ideario
elaborado por la poetisa, una filosofía de la acción poética en A través del Otoño que delimita la
presencia real de dos otoños conviviendo y oponiéndose, enriqueciéndose mutuamente
mediante la dialéctica de amor y guerra: el otoño de la plenitud y el otoño del
miedo. Ambos configuran un otoño diacrónico, historiado, como ya hemos
señalado, “autobiografiado”, en el que vemos avanzar la vida sentiente de la
poetisa desde las agonías estivales hasta las muertes del invierno: “Racha
Chasquidos”; “Remanso”; “Serenidad”; “Fin de Otoño”; “Invierno y Caos”; son las
partes en que el poemario se divide, avance incólume del tiempo, que es a fin
de cuentas lo que queda, colgando de su sino, eso sí, el gozo presente y la
promesa de mañanas.
Tenemos
pues ese otoño promisorio, de la plenitud, estación de la recogida del fruto, que es, aunque duro, cándido, que
posibilita el retorno de la magia,
que hace del Otoño primavera.
Y tenemos su alteridad en ese otro que anuncia
la decadencia de los colores o la
primavera gris de la noche de niebla. El anunciante del invierno que
paraliza las sensaciones o de la ausencia del amado, o la enfermedad.
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