ANTONIO LÓPEZ EN EL THYSSEN



ANTONIO LÓPEZ: La exposición.

Otro gran atractivo del Madrid estival: Una exposición de pintura y escultura de un artista de renombre. En un museo de renombre también. Antonio López, pintor, escultor manchego, uno de los más valorados creadores vivos. Excelso paradigma de lo que se ha llamado realismo, en el paradójico y ni poco mercantilista Thyssen.


Madrugue, recréese en el frescor de los paseos del Prado y si le es posible y tiene suerte evite los problemas de las colas y las visitas tumultuosas. Pague discretamente sus 10 € de entrada y disfrute de las nuevas y viejas creaciones del pintor.
La última retrospectiva, la retrospectiva que fue en el preciso momento de la obra (porque para nuestro caso conviene distinguir entre la retrospectiva de la obra y las retrospectivas del autor), la inigualable con toda probabilidad retrospectiva, decimos, fue en el Museo Reina Sofía, en 1993. Fue su momento, porque fue el momento de la consolidación y del reclamo de ese problema que siempre será la denominada pintura realista. Fue el clímax heroico de una obra a la par de la definitiva consagración de este pintor menudo de taimada paciencia y adustos ademanes.
Pero ahora estamos aquí, casi veinte años después, ante una de esas grandes exposiciones que han de servir de disparaderos de la cultura, en la que, respecto de aquella del Reina Sofía, cobran aire las nuevas obras de Antonio López, sus nuevas visiones, sus nuevas inquietudes, sus nuevas preocupaciones. Nos referimos, claro está, a las obras que han ocupado la Planta Baja del Museo. Y es que no son tanto obra definitiva como “nuevas resoluciones”, pues allí está todo in status nascente. No decimos nada si decimos que la pintura de nuestro manchego es una pintura de proceso lento. Pero no nos referimos a esto, a la metafísica de la lentitud, o al hecho de que la nueva obra sea a veces de tamaño descomunal y por lo tanto de tiempo ciclópeo, que sus objetivos sean calibrados al mínimo detalle (no sabría decir a ciencia cierta si en la pintura de Antonio López hay detalle o lo parece) … el caso es que son pinturas no definitivas, sino indicativas en el horizonte artístico de este creador. Y esto es lo que da más sentido a la exposición del Thyssen, que de esta manera ha quedado no en exposición sino en intención, casi pura intención.
En efecto, esta exposición vive del fantasma de la precedente. Para aquellos que ya tienen una cierta edad, y el lastre de aquella experiencia ¿no les parece haber vivido una reviviscencia?
Tal vez la cabeza de entrada a la institución quiera quitarnos de la cabeza que hay un Antonio López nuevo, un ahora de Antonio López. Esto es indiscutible. Pero iniciado el paseo por las primeras salas, esas que rezan “Memoria”, uno ya sabe a lo que se enfrenta. Se enfrenta a los fantasmas.
Si la pretensión de esta muestra es que la “nueva trayectoria” de Antonio López nos permita revisar la consagrada, mal andamos, porque esta reposa si cabe, hondamente en la pasada, y a mí, personalmente me pareció un pergeño vital montado sobre el ayer, una consciente variación sobre el mismo tema, proceso e inquietud. En efecto, la nueva obra pictórica de Antonio López resulta un tanto cargada de maniera. No discuto el frescor de ciertas vistas madrileñas. Pero son vistas que tratan de corregir las vistas madrileñas que todos conocemos: la vista del Campo del Moro, o Madrid desde la Torre de bomberos son, nunca mejor dicho, grandes obras. Esas grandes obras que recuerdan a las de los trazadores de planos de siglos pasados, pero con un aliento desorientador, expresionista e impresionista a un tiempo: este in-ex de la obra artística estaba ya más que presente en los años 60, lo único que había que sacudirse eran las dosis de surrealismo y de mágico, de gris, de fotografía. Y parece que ahora se ha logrado, o se va a lograr.

Suponiendo que podamos dividir el recorrido por la obra de Antonio López en los grandes temas de sus inquietudes que aquí se han planteado (nos referimos aún a la Planta Baja: la ciudad, Madrid, el árbol o la figura humana). Es poca aventura esta, por mucho que se la quiera asociar a los distintos procedimientos, de la pintura (la ciudad como pintura), el dibujo, (el árbol como dibujo), la figura humana (la figura humana en cuanto escultura). Un poco pacata la visión. Porque la verdad, tal tipo de interrelaciones empobrece la muestra, no aventura nada. Tiene si cabe, más tintes de panel de recuerdos del propio Antonio López que de retrospectiva. En efecto, consiguen constreñir incluso la visión creativa del artista entorno de unos temas recurrentes, en permanente contraste de pasado y presente. El viejo Madrid con el nuevo Madrid. Las nuevas neveras con las viejas neveras. Los nuevos de la familia con los viejos de la familia, ambientes de antaño … y los de hogaño …
Se ha estigmatizado ya a Antonio López como un fetiche en vida. Al tiempo, se ha querido dar un toque de novedosa virtud a la muestra.
No negamos que de todas maneras merece la pena ver buena pintura, que después de todo es de lo que se trata. Aunque, seamos rigurosos ¿no sorprende más la escultura? ¿No da precisamente, esta, más que pensar? Porque las condiciones del Antonio López dibujante ya las conocíamos y aquí se corroboran con creces. La del pintor, igual. Tal vez sea el escultor el que aflora con más carácter, con mayor sensatez, con más sentido.
Por eso, los estudios de desnudos femenino y masculino, de parejas humanas, resultan de los más interesante de la muestra, al igual que la exposición de sus correspondientes procesos constructivos.

¿Y qué diremos de la exposición bajo Planta? Carente de espacio. Carente de luz. Desventurada en el montaje. Invitando al apelotonamiento de espectadores convertidos en transeúntes (¿pasarán por estos trámites los señores críticos?).
Esta segunda parte de la Exposición pretende ser la verdadera retrospectiva, en la que por igual se mezcla la escultura, la pintura y el dibujo. Las intervenciones recientes sobre cuadros del pasado, los cruces temáticos … un pequeño y constreñido cajón de sastre, en el que hay mucho, demasiado que hilar. Observen detenidamente la presión que se ejerce sobre los tres grandes relieves de “Mujer durmiendo” a costa de iluminación, falta de espacio en vertical … duerme sin duda la pesadilla, pobre señora. Pero en cuestión de espacio, mención especial merece “Alimentos”, donde la estrechez del pasillo, no sala, el amalgamado de técnicas, temas, proyectos, tendencias, sume definitivamente al espectador en un desasosiego extremo … como ocurre con la vitrina de cabezas de niño, colofón y despedida que tiene más de improvisado muestrario arqueológico que de estudio. Estrella representativa de lo que son los nuevos proyectos, últimos, populares y exitosos, junto con otras esculturas de tiernos infantes y algunas pinturas con el tema de la rosa, dibujos y relieves de casas maquetadas y fachadas de casas. Mejor no hablar demasiado en este sentido, por eso tal vez, porque son proyectos, sentidos y orientaciones. Aunque no olvidemos una cosa, empezábamos esta crítica de exposición diciendo que la muestra era, eso precisamente, intencionalidad. Nada definitivo. ¿No será este el demonio de Antonio López?

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