¿POLÉMICA EN ARCO?




SANTIAGO SIERRA Y LA OBRA DE ARTE TOTAL


Día 21 de Febrero, ya, y los medios de comunicación dan la noticia, casi al unísono. En la recién inaugurada Feria de Arte Contemporáneo, ARCOmadrid, la obra del artista y fotógrafo Santiago Sierra (Madrid, 1966), titulada “Presos políticos”, es retirada de los muros reservados a la galería de Helga de Alvear, una clásica de la conciencia emergente. Es que algunos de los retratos allí expuestos herían susceptibilidades políticas, o podían herirlas. El Ministerio de Cultura, por su parte, eludía cualquier compromiso y responsabilidad al respecto.
Ifema no; por medio de su director, Eduardo López-Puertas, solicitaba la retirada de la serie, “desde el máximo respeto a la libertad de expresión”, al considerar que la polémica que había despertado en los medios, perjudicaría el visionado del resto de obra expuesta. La galería, esto es, Helga de Alvear, accedía, pese a tratarse de una de sus apuestas estéticas más sólidas, porque no se encuentra en su casa. Y el Señor Urroz, director de ARCO, se lava las manos, ya que es este un asunto que no le corresponde en decisión, aunque afirme desconocer los “motivos reales” por los que, por primera vez, una obra es retirada de la Feria. El autor, Santiago Sierra, qué va a decir, denuncia la censura y la persecución, y lo hace a través de Facebook.




¿Quién osará ahora decir que no se trata de un problema de calado político, que gira en torno a la libre opinión de ideas? Si existen o no presos de conciencia en España, o lo que es igual, sobre si España es en realidad un Estado de derecho. Asunto al que en su libre opinión se ha sumado el artista, con una sencilla metáfora, una galería de imágenes y retratos bidimensionales, “Presos políticos” la titula, “tasada” en ochenta mil euros (ya comprada por un particular para ser expuesta, probablemente, en Lleida). Nos movemos, más que en los entresijos políticos, en un momento de hornada creativa en caliente. Aún huele el bizcocho y se preparan más, cuando el arte viene a plantear propuestas en otro sitio de por sí caliente, al amparo del arco del horno, o del horno de Arco. De paso nos metemos en el campo de la lógica, es decir, en si esto es o no es verdad. Si lo que expresa el material expuesto no es verdad, será porque España es un Estado democrático donde todas las opiniones son respetadas. Si es verdad, entonces deberemos aceptar el poder abusivo y represivo de los tres poderes y la consecuente sordina social. El artista además juega con la ventaja conceptual -así es el arte de concepto- porque si su obra levanta polémica, no es sino porque en cierto modo acecha la sombra de la censura de ideas. Si pasa desapercibida, entonces el calado del que hablábamos será mínimo, y el concepto degenerará nada más en imagen.
El problema interesante es, no obstante, y al menos para una crítica consecuente, el estético, el problema poético y del que lo político es nada más una extensión o bucle. No es la única vez que política y verdad marchan detrás de la estética. Esto nos hace pensar mucho en el descaro duchampiano. Claro está que este bucle ha cobrado una especial relevancia en tan escaso tiempo, primero, porque toca órganos muy sensibles de la sociedad actual, y segundo, por los últimos acontecimientos vividos en la Comunidad de Catalunya, y aún no superados. Así que lo expuesto -y eso pese a su conceptualismo, su intrusismo en la realidad o en la lógica (extremos que el Arte no puede evitar, pero sí exagerar)- tiene que ver más con la expresión metafórica, y así debemos de verlo. El título hace la parte de precisión de la metáfora, de método o vía de interpretación que, a la postre, ha sido el determinante que la ha llevado a su desinstalación. Estos personajes aquí representados y pixelados, difuminados o borrados, son personas que están presas por sus ideas y que, en consecuencia, han sido silenciadas, borradas, difuminadas por los poderes o el software. La aplicación puede ser tomada como si se tratase del Estado, o simplemente como si se tratase de una herramienta del Estado, en su ardua facultad de “pixelación”. Esto es acaso lo que denuncia Sierra.



Pero observemos el secreto callado, silencioso e ineludible de la metáfora, su funcionamiento interno, que necesita tanto de lo real como de lo irreal, y que ha de mezclar la verdad y la ficción para sobrevivir. Mezclarla y disimularla. En esto, reconozcamos la maestría de Sierra, y el sutil y acertado “ojeamiento” de la Alvear. Lo último que importa en “Presos políticos” es su carácter de verdad, pero es al que, desgraciadamente, más importancia se le ha dado. Obraba en ello la conciencia del artista, o tal vez el azar (más si cabe esto último). Y quien dice del artista, también dice de los posibles beneficiarios, no los pixelados y sus ideas, sino la galerista, y la propia feria. Y respecto de los pixeladores, que no está claro quiénes son, aunque todos los agentes mencionados contribuyan en autoría, tiene ya el rancio olor del Foucault de la vigilancia y del castigo. Y es que la vida es una feria. Era evidente que la obra triunfaba más con su desalojo. Y así ha ocurrido. Lo único que tratamos de decir es que el desalojo era parte de la metáfora; la parte esencial que se ha cumplido.

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