UN RINCÓN PARA PAUL AUSTER

Todos los meses trataremos en algo la figura, no, mejor la literatura, de uno de esos gerifaltes de la NARRATIVA actual, PAUL AUSTER. Porque con personalidades como estas, no, mejor decir que con escritores como estos, dos cosas abren al estado de perplejidad en que nos hallamos: por dónde van los tiempos futuros, y cuál es la sintomatología de nuestra sensibilidad. Auster, sin duda es un buen yacimiento para explorar. Vaya aquí mi ilusionada invitación a todos cuantos deseen participar.



PARA UNA INTRODUCCIÓN A LA ÚLTIMA DE PAUL AUSTER.

- Yo no leo muchas novelas –dijo el agente-. Nunca tengo tiempo para eso.
- Ya, eso le ocurre a mucha gente –dije.
- Pero las suyas deben de ser muy buenas. Si no lo fueran, dudo que le molestaran tanto.
- Puede que me molesten porque son malas. Hoy en día todo el mundo es crítico literario. Si no te gusta un libro, amenaza al autor. Hay cierta lógica en ese planteamiento. Haz que ese cabrón pague por lo que te ha hecho.
- Supongo que debería sentarme a leer alguna- dijo-. Para ver por qué tanto jaleo. No le importaría, ¿verdad?
- Por supuesto que no. Para eso están en las librerías. Para que las gente las lea.


Esta es parte de la conversación que durante un interrogatorio dice sostener el narrador con un agente del FBI. El agente puede ser Worthy, o tal vez Harris, porque el narrador no logra ajustar uno de estos dos nombres al preciso agente. El narrador se llama Peter Aaron, un escritor amigo de Sachs, otro escritor de quien a la altura en que se encuentra la novela –prácticamente el inicio- solo sabemos que ha volado en pedazos cuando manejaba una bomba al borde de una carretera en el norte de Wisconsin.
La maniática presencia de escritores entre los personajes de la narrativa de Paul Auster es proverbial, debe tratarse de una especie de psicosis o de autopsicoanálisis. Claro que también tenemos derecho a pensar o incluso a sospechar, como críticos y lectores, que Paul Auster, Peter Aaron, solo pueden contar las historias de su perversa imaginación de escritor. Pese al mucho imaginar y el mucho narrar, es evidente que cuesta demasiado salir del mundo cotidiano, por eso a lo mejor la persistencia del personaje escritor que escribe sobre escritores en las historias de P.A. ¡Es que ya todo es cotidianeidad!
Desde luego, decir esto tiene su lógica, en especial cuando uno se siente crítico literario. Como P.A., el narrador en primera persona de este Leviatán, que aprovecha para dar un tironcito de orejas al lector y a la crítica además de al inepto de Harris o de Worthy, que vaya usted a saber quien pueda leerle a uno. El lector es siempre anónimo, no como el creador, puro yo efervescente.
En efecto, no se leerá mucho, porque tiempo no hay, pero todo, todo el mundo tiene derecho a ajustarle las cuentas al cabronazo que le robó un tiempo o que no supo satisfacerle durante la lectura de, pongamos por caso, La trilogía de Nueva York. Pobres escritores. Ahí sus obras, en las librerías para el vilipendio. No hace falta decir que tras de Peter Aaron, se esconde el inconformista, supuesto inconformista Paul Auster con quien comporte algo más que las iniciales, el deslumbrante y actual representante de la literatura norteamericana.

Pues bien, se le escapó el hilillo romántico al tal P.A. El creador, el creador incomprendido, el vilipendiado, el expuesto al público crítico que, a lo mejor si, a lo mejor no, entiende. ¡Qué lástima! Porque si, resulta que no solo ahora, sino siempre, el lector ha sido crítico, y lo será porque se escribe para él, y es él quien rehace la historia. Está pues en su derecho de criticar a quien se considera verdadero autor.
Sirva lo escrito supra para anunciar la crítica de la que viene El señor invisible, que daremos a luz prontamente en este rugir de la quimera.

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