LARRA Y LARRISMO

LARRA, espíritu resucitado.


Vuelve, sí, con sus dos tomos de Obras Completas debajo del brazo en edición de Cátedra, y un trabajo introductorio y de anotaciones a cargo de Joan Estruch Tobella. Más de 2000 páginas llenas de Larra: el que vuelve, pero el que pocas veces vuelve para ser leído.
Porque hay generaciones que son lectoras de Larra. A mi parecer hubo una primera generación larrista, nunca mejor dicho, que fue la Generación del 98; lógico. La generación desgarrada, la generación con síntomas de regeneracionismo. Luego, después, creo, ya no ha habido generaciones lectoras de Larra. A lo sumo ha habido generaciones con atisbo de larrismo. La de los intelectualillos que van frisando ya los 60 y encontraron cierto regusto progre en el buen Mariano José.
Y es curioso, y hasta me sorprende a mí mismo, el tratar de adivinar de dónde viene la razón de esta edición que ahora nos aborda, cuando ya está iniciado el siglo XXI. ¿No será que hay ciertas ganillas de crítica, de ironía y de poner al descubierto el trasero de tanto monigote?
Llama la atención, en efecto, que la del 98 viese, en el bajito y algo acomplejado romántico, la víctima de una sociedad hipócrita y decadente. No sé, pero Antonio Ruiz, el de La voluntad, -esto por no decir el real- se me antoja que podría haber sido el propio Larra si por caso hubiese contraído matrimonio con Dolores Armijo.
Eso del Larra víctima, obligado al disparo ante el espejo social, va menos con generaciones posteriores, que han preferido ver al inquieto avispa, de lengua fácil y –perdón- certero disparo, que describe como nadie las inmundicias de una sociedad paralizada, “retiesa” y un tanto conservadora.
Ahora, ahora qué. En un momento en que la histeria colectiva, las ínfulas y el histrionismo nos han tomado, Larra podría jugar un papel tragicómico y hasta redentor. Necesitamos, parece, un Larra redentor que nos libere de tamaña mediocridad. Y lo más curioso: ¡Cuantos habrá que se consideren Larra!
Y a lo mejor, como tan revuelto baja el río, Estruch Tobella nos presenta a un Marianito contradictorio, algo bipolar y maníaco depresivo que flirteó en su momento con el absolutismo rancio, que aireó liberalismo como parlamentario de pocos amigos, que fue periodista más odiado que ejemplar literato, y persona que a lo mejor gustaba del dinero, de lo acomodado y de que las cosas salieran como querían sus santas palabras. No es que con esto se nos caiga el mito romántico de Larra por el sumidero, es que lo ponemos así en el contexto que más nos interesa, porque por el sumidero hay muchas cosas que tirar hoy en día.
En fin, que lo que resucita no es Larra, ni es la víctima de la sociedad, ni el suspicaz crítico de ella, ni el que pesca, revuelto él, en río revuelto. Lo que vuelve es el espíritu de Larra. Porque parece ser que el espíritu vuelve siempre adecuado a los tiempos. ¡Viva esta adecuación! Pero que se lea, que se lea Larra: hágase letra el espíritu y caiga sobre los monigotes.

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