MY RED HOMELAND DE ANISH KAPOOR


ANISH KAPOOR. EL HACIA DÓNDE DE LA ESCULTURA

My Red Homeland es una instalación de Anish Kapoor, inmensa máquina-estructura de 12 metros de diámetro y 25 toneladas de cera y vaselina de color rojo; incorpora un brazo móvil de acero que con un movimiento circular, similar al de la aguja de un reloj, actúa sobre la masa roja en un excepcional barrido del que resulta una curiosa morfología.
En el año 2006, My Red Homeland estuvo en el CAC Málaga. Ya fue una conmoción, y una certificación de las capacidades expresivas del artista indio británico Anish Kapoor (1954), el supuesto renovador de la escultura en la última década. Entonces fue presentada bajo el título genérico de Panorámicas. Estos meses podrá contemplarse la obra de Kapoor en el Guggenheim de Bilbao, si cabe con mayor sofisticación, con mayor romanticismo, una exposición que gira ya en torno a su persona, la del creador, más que en torno de su obra.
Insistamos no obstante que se trata de una instalación, y no propiamente de una escultura. Esto es importante. Estamos ante una máquina que pretende ser autónoma, irreal; en cuanto a su naturaleza simbólica, semoviente. No es sin embargo una escultura cinética, si bien lo cinético es parte fundamental de ella. La forma surge a raíz del automatismo, y podríamos decir que el gran brazo y rodillo de acero va conformando la materia en que tiene su razón de ser: la blanda materia, la maleable materia que es base de la escultura. Que esta materia esté en perpetuo cambio a causa de la maquinaria, nos impide hablar de la forma precisa; aquí la forma es mutable, está sometida a un continuo moldeado, se crea, genera; no es del todo. Por lo tanto tampoco es un objeto estético de contemplación estática y definitiva.
Ni cinética, ni objeto, acaso estemos ante un concepto. Sí, en una más de estas terribles denuncias de la insuficiencia del objeto artístico concebido de forma tradicional. Pero decir que My Red Homeland es una instalación con vistas al concepto, es pecar de estrechez. ¿Qué diríamos? ¿Que se trata de la máquina auto generadora y auto conformadora que se materializa a sí misma como obra de arte? ¿Que por serlo está al margen de lo real? ¿Diremos que configura así un evento autónomo respecto del mundo, del espectador? ¿La obra de arte autónoma, irreal y semoviente que se genera a sí misma? No, no se trata simplemente de un objeto móvil que remite a un concepto sobre la creación escultórica, o sobre el tiempo.
Permanecemos ante My Red Homeland, como permanecimos en su momento ante Bull´s Head de Daniel Hirst, nos hallamos ante la obra de plurales referencias, de ejes de fuga, de infinitas proyecciones y de tremenda crítica que nos desubica como espectadores, que mece el suelo sobre el que nos soportamos como contempladores y como críticos.
Primero, porque lo que la hace posible no es solo el ingenio, ni su carácter autónomo. Lo que la hace posible es la tecnología, la maquinaria, los fundamentos químicos que han constituido esa masa material; esa mezcla de cera y vaselina, ese armatoste cinético entran a formar parte del espectáculo. Así que tan notable es lo que resulta o está resultando, como la tramoya, y la tramoya es pura tecnología, truco, dependencia de nuestro tiempo, derroche de energía.
De esta acción circular y reiterada resultan y contrastan dos formas: el perímetro irregular, con montoneras de desechos, despieces, cordilleras irregulares de masa, límite impreciso que escapa a la acción del rodillo de acero, que aplana, allana las formas que están dentro de su acción (las segundas formas): meseta llana cuyo límite es el relieve informe. Estamos ante un ejercicio de proyecto y azar: como si el resultado proyectado tuviese un límite de azar incontrolable, o como si el azar incontrolable fuese el resultado de un proyecto. Alguien dijo, acaso siguiendo a Derrida, que My red Homeland es la Chora, la chora platónica que es límite y limitado.
Pero lo realmente insoslayable, inevitable, es la materia, la carne de que está hecha este alma de precisión rítmica y circular. En ella, la materia, se dan cita la acción y la pasión. Sufrir la fuerza, y ser parte del resultado de esa fuerza. La materia se deja moldear pero ella misma conforma, se recrea en formas precisas e imprecisas. En efecto, la tragedia del movimiento se ceba en ella, y parece que el mundo de materia no tuviese fin, es un orbe inconcluso, desgarrado por una fuerza motriz que deja su huella. La huella es su paso, es decir, el no ser ya, su huella es la representación de esa su fuerza en la acción de la materia, que no solo recibe la fuerza, sino que la guarda en el espacio, la archiva, la hace huella, para que sepamos que hubo, que hay una huella, quela huella será borrada. ¡Hay que ver cómo se ajustan estas reflexiones a lo que pide el posmodernismo derridiano! Pero es que la obra de Anish Kapoor tiene mucho, muchísimo de posmoderno. Valga por el momento que quiere ser obra de arte y no quiere serlo, ya es bastante.
¿Y cómo no hablar del color? ¿Sería la misma obra si su título rezase My Green homeland, o My Brown Homeland. No, hemos de sentir la herida abierta. Hemos de ver la carne despedazada, estamos obligados a asociar esa cera roja con la vida, la vulnerable vida. “Mi patria es mi cuerpo” –ha dicho en alguna ocasión Kapoor-.
Mas este color persistente y mordaz sustituye a la propia materia. La materia es el rojo, el rojo, es color-materia, de manera que se difumina su ser coloración, y la materia se hace rojo, como barro, como piedra, como cera. De esta manera la forma se hace color y el color forma. Se difuminan de nuevo los precisos límites de lo que venía definiendo la escultura, la pintura, la plástica en general. Acaso Fontana ya anunció algo similar en sus lienzos torturados, desgarrados. En la superficie del rojo queda impreso el mundo. La materia es un rojo negro, trágico. No debe extrañarnos que Kapoor pueda ver a veces la vida como tragedia y que esta instalación pueda representar la tragedia de la vida. Solo este color lo certifica. Pero ¿qué perspectiva debemos tomar ante ella como espectadores? ¿Lateral o cenital? ¿Externa?
Llegados aquí observamos cuales son las tendencias disolventes del objeto artístico tradicional en la instalación de Anish Kapoor. Del mismo modo que Hirst asociaba los símbolos de vida y plenitud a sus contrarios, con sorna estúpida, Kapoor asocia en contradicciones el objeto tradicional: dinámica-estática; tiempo-espacio; materia inerte, materia viva; color, materia; límite, ilimitado. He aquí la naturaleza derridiana y posmoderna de Kapoor. Evidentemente Anish Kapoor no conforma un objeto, realiza una instalación en una sala de arte. Como aquellos descorazonados Neanderthalensis espolvoreaban ocre rojo sobre el cuerpo sin vida de sus seres queridos. No era una instalación, no, era un ritual, el ritual de la vida eterna tal vez.

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