EL AUSTER DEL OSCURO CARÁCTER



El Palacio de la Luna II


Dramas.

Con una presentación así, no podemos decir que esta caracterización novelada sea una aproximación a los héroes clásicos enfrentados a la fatalidad del hado. Héroes de vida escrita que hiciesen lo que hiciesen tenían cumplida su desgracia. No hay desgracia fatal en Fogg porque él mismo es la desgracia. Nadie, ningún dios le ha forjado su destino porque no tienen, él, y los demás caracteres de que está preñado, camino en el que encaminarse. Paul Auster mariposea sobre ellos, saca de ellos, los succiona, los extirpa a veces como fatales rebeldías contra la cordialidad de su prosa, de su historia, nos da retrato de carácter porque nos quiere preñar de nada. Es peligroso, muy peligroso Paul Auster.
Pero vayamos a los dramas:

La saga Fogg: Emily Fogg y y tío Victor.

El drama de Emily Fogg, es objeto de descubrimiento de su hijo, nuestro protagonista. Por eso, el descenso a los infiernos de este alma cándida, a lo mejor el detonante de todas las desgracias del protagonista, así como el causante de toda la trama novelística, se nos ofrece partido. Al inicio de la novela el narrador muestra las exquisiteces de la madre entremezclados con los recuerdos y la nostalgia. Es lo que M.S. sabe. Al final de la novela descubrimos a la jovencita que mantiene una relación con su profesor de Universidad, el desgraciado Barber, relación de la que M.S. es fruto.
Sí, atropellada por un tranvía, que es el drama real del que partimos a la hora de profundizar en el carácter que queda así cercenado, acto dramático y terrible; pero su verdadero drama es el que nos desvela Barber, el padre de Fogg.
En este drama partido, en la misma falla del carácter de Emily Fogg, crece y se desarrolla el drama vital de M.S. Entorno a estos extremos de un personaje roto, gravita todo el enredo, la trama, el argumento, en fin, todos los dramas. Como si la desaparición desgraciada de una madre cercenara de cuajo los caracteres adyacentes.
Porque el tío de M.S. el sensible Victor Fogg, es otra víctima de la desaparición de su hermana. M.S. nos describe paso a paso sus glorias y su lenta caída en el infierno, el infierno de los caracteres, el infierno que los consume, que los agota y que finalmente los mata. Recordemos que toda la novela podría tildarse de descenso a los infiernos, más que de infierno crematorio que volatiliza todo lo hecho, todo lo dicho, todo lo sentido.
El tío Victor es el alma gemela, el alma comprensiva, el alma del sentido. En tanto existe Víctor, en tanto existen sus libros, en tanto existe incluso su instrumento musical, M.S mantiene un orden en el cosmos, mantiene un sentido. La acción de leer con avidez los libros que tío Victor deja es la acción caníbal de devorarlo, es un ritual de renacimiento y de reincorporación del horizonte de los Fogg, que como todo en los Fogg resultará infructuoso, sin sentido, obra a medias, nefasta, ingrata.
La saga de los Fogg, la desgraciada saga de los Fogg, es la manifestación de la ausencia. Del vacío que en la “novela caracteriológica” tiene la obligación de manifestarse, paradoja cruel. Ahí están las manifestaciones de la madre perdida, del tío perdido y de la perdición definitiva del hijo y sobrino y de cuanto le rodea.

Amistades y amores perdidos: Zimmer y Kitty Wu.

Zimmer es el contraste de Marco Fogg. Paul Auster usa sus servicios como quien usa a un amigo. A lo peor, o a lo mejor, el autor de El palacio de la luna rememora a algún amigo de sus tiempos de universidad, porque Zimmer tiene mucho de trivialidad vulgar, de persona que a ojos de nuestro autor merece escarnio. ¿Porque es persona normal tal vez? Esto es, porque cumple con la norma a rajatabla. Va a clase, estudia, aprende lo suficiente dentro de su mediocridad, se casa, tiene hijos y acaba dando clases en la Universidad y escribiendo un libro de más de cuatrocientas páginas sobre el cine francés ¡el colmo de lo trivial!: patético, Zimmer es un personaje patético. Claro, patético para Auster que late como un obseso bajo la piel de su personaje, para los seres normales, que somos los que leemos las novelas de Auster, nos parece ejemplar. ¡Ay la voluntad! ¡Y qué benditos quebraderos de cabeza trae a los creadores! Es curioso el encuentro que estos dos personajes tienen pasados muchos años, años después de que Zimmer sacara a su amigo, el joven Fogg de la vida de apatheia y cínica que llevaba en Central Park; ese Zimmer que lo alimentó, que le dio cobijo, con el que compartió en un pasado más pasado techo de estudiante… ¡Zimmer! Era la primavera del 1982 en el bajo Manhattan. Ambos amigos se encuentran por casualidad: “había cambiado tanto que apenas lo reconocí” señala Marco Stevenson Fogg; y lo que le llama la atención de su viejo amigo es que ha engordado, que tiene mujer e hijos y que su aspecto es ¡“absolutamente convencional”! Que está panzudo y que tiene una calva incipiente y un aire plácido y distraído, de totius pater familias tradicionalis. ¡Lástima! Una vena bohemia le sale al personaje de Fogg, la misma vena bohemia que transita exageradamente sus acciones, sus gestos, sus ademanes y grosso modo sus pensamientos. De esa bohemia, creo, vive toda la novela. Esa bohemia “anormaloide” es su sentido. Y convendría no confundir la bohemia anormaloide con el acoso a la mímesis y el decoro.
Y la confesión terrible: “No he vuelto a verle ni a saber de él desde entonces pero sospecho que la idea de escribir este libro se me ocurrió por primera vez después de ese encuentro de hace cuatro años, en el preciso momento en que Zimmer desapareció calle abajo y le perdí de visa otra vez”[4]. El libro que hemos leído, el libro que está en las manos del lector tiene un ideólogo que en cierto modo es el vulgar Zimmer.
Acaso por patético y por vulgar es por lo que Zimmer se salva del descenso a los infiernos, o tal vez sea el ejemplo del más terrible descenso a los infiernos: la normalidad.

Kitty Wu es carácter adorable. Modélicamente adorable. A la primera intervención azarosa de M.S. ya es personaje entregado a la causa del protagonista. No es que sea por ello un personaje ya condenado como casi todos los otros. No lo es, su infierno consiste tal vez en que tampoco llega a ser el carácter redentor que podría haber sido. Kitty Wu es un amor oriental. Kitty Wu es una nota exquisita en la amalgama de desfachateces de la novela. Kitty Wu es una muestra de ternura. Enamorada desde que escucha las ocurrencias literarias del “hambrientísimo” Fogg, redentora de sus penurias en Central Park junto con Zimmer. Amante, amada, bailarina; Punto de sensatez en las memorias de Fogg. Centro entorno del cual giran los momentos más medidos y equilibrados de nuestro personaje. Así es Kitty Wu, vamos, así nos la muestra en su escrito el hombre que la amó, o que la ama. La decisión más bien unilateral de Kitty, acaso su única decisión egoísta, la de abortar el hijo que esperan, remarca las diferencias entre ambos, la mutua incomprensión resurge, su distanciamiento se consolida y ya nunca más hará recuperable su amor, aunque el propio M.S. lo intente en un momento de soledad desesperada.
La historia de Kitty Wu es, como lo que no pudo ser, una especie de aborto en la novela, no es lo que debería ser, ni se desarrolla como carácter en sintonía con la trama. Queda un tanto al margen, como lo que no pudo ser. Es un cabo suelto en El palacio de la luna, es una incongruencia, un trasunto forzado. ¿Qué es Kitty Wu si no? A lo mejor un lastre en la propia vida de Paul Auster, como tantos otros lastres biográficos que vienen a poblar sus novelas.

La saga desconocida: Effing y Barber.

Entre los caracteres absurdos, locos, singulares estridentes de de la mitología dramática de Auster tienen un nicho especial el Señor Thomas Effing y el Señor Solomon Barber, abuelo y padre respectivamente del joven Fogg. Singulares en su físico: paralítico el primero, no sabremos leída la novela si de cierto ciego, viejo vil, ladino y asqueroso que lleva tras de sí toda una historia aventurera que ni mucho menos justifica su carácter maniático. Solomon Barber, inmenso, gordo y calvo, alma delicada sin embargo que se pirra por los sombreros de todo tipo y catadura, de natural alegre y por circunstancias anegado de angustias.
Gran parte de la novela es la biografía pormenorizada de estos sujetos. Si lo tomamos como una intención buscada, diremos que se trata de la prehistoria del joven Fogg que se relata a sí mismo en cuanto a sus posibilidades de existencia.
Tampoco Baber conocía la posibilidad de que Effing fuese su padre. Ni siquiera el Señor Effing conocía las posibilidades de que el joven que está a su servicio sea su nieto. Ni el nieto podría sospechar que este fuese su abuelo. La historia de la genética truncada que ha ido sembrando dramas y discordias, calamidades e infelicidad entre padres e hijos.
El señor Effing pasea ahora, metódicamente por las calles de NuevaYork. El señor Barber recorre de un lado a otro Estados Unidos siguiendo el halo de las Universidades en las que da clase.
Effing guarda una historia atroz que nuestro protagonista va a relatar y va a descubrir por primera vez. En realidad Effing es un pintor, Julian Barber que fue dado por muerto en 1917, después de iniciar una aventura exploratoria con fines artísticos por el Oeste americano. Había dejado mujer, y sin saberlo, hijo. Sin embargo, en vez de volver a su hogar en Long Island asume la personalidad de un ermitaño en el desierto de Utah, vive en su cueva, asesina a tres forajidos, los hermanos Gresham, y se queda con su tesoro; lo invierte y juega a bolsa en San Francisco a donde ha llegado después de un penoso viaje y elude su verdadera personalidad. Dilapida entonces parte de su fortuna en vicio y depravación. Consecuencia de esta nueva vida es un accidente extraño y estúpido que le dejará inválido para el resto de sus días. Embarca rumbo a Europa, en 1920, en el Descartes y ya no volverá a Estados Unidos hasta el momento en el que los nazis entran en París.
Su nieto, quien nos relata esta historia, confiesa que la vida del falso señor Thomas Effing pierde consistencia una vez marcha a Europa y se convierte en una mera sucesión de datos. Fruto de esta entrega de su vida por parte del insoportable anciano es “La misteriosa vida de Julian Barber” que escribe el propio Marco.
Acabado así, el viejo muere a consecuencia de una pulmonía. Se inicia el flirteo con la desgraciada vida, también, de Solomon Barber, historiador obsesionado por las historias de indios y del antiguo estado primevo de América. El Obispo Berkeley y los indios, La colonia perdida de Roanoke, Las tierras vírgenes americanas, son algunas de sus obras. Y aquí asoma el filósofo Paul Auster, el hombre preocupado por los orígenes de su patria. Origen en sentido radical, originalidad, originario, origen. Este es ya otro tema.

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