EL GRECO EN CIUDAD REAL.



EL GRECO: LOS APÓSTOLES. SANTOS Y LOCOS DE DIOS. Una exposición itinerante al servicio de la Luz.

Una de la grandes virtudes de la exposición que puede contemplarse en Ciudad Real, en el Antiguo Convento de la Merced, es, si no la mayor, la consideración de la luz en la obra pictórica de Doménikos. Claro que los trece cuadros deslumbran, porque esta exposición itinerante que finaliza su andadura en la villa Alfonsina, antes de regresar a Toledo, es sobre todo una apuesta, una reconsideración y un grato descubrimiento. Parece decirnos “¡esto es El Greco!” La luz, esta luz que “desafora” los colores, esta luz que viste de espiritualidad. El montaje lumínico de la muestra, austero, si, es no obstante impactante, apasionante, creo que acertado, muy acertado, pues me parece un acercamiento sustancial a la obra del gran pintor: un rescate de su proceder y de su estética. Y por eso digo que es una apuesta, una gran apuesta. Lástima que solo haya podido verterse sobre el apostolado. Es que sería tremendo poder contemplar toda la obra del cretense a la luz de esta luz, en esta luz; quiero decir, manando esta luz de las telas, porque esta “emanación” que ahora ha sabido rescatarse, es sin duda la gran virtud de la exposición, y el gran secreto griego del Griego. Son las pinturas como iconos, pero a la occidental, a la italiana, a la maniera, al renacer. Pero iconos a fin y al cabo: la luz no ilumina; como en el oro, mana, fluye, sale de él, no está en él solamente.
Por esto, digo, que es también una reconsideración, una exaltación del carácter sinceramente originario del Greco –no digo ya original-, al margen de las castellanizaciones que se hayan querido incorporar a su pintura, al margen de influencias romanas y venecianas (otra suerte de orientalismo taimado y de luminiscencia icónica), al margen del margen. Hay que reconsiderar al Greco. Tal vez el centenario sea buena fecha para hacerlo.
Y un descubrimiento, un descubrimiento físico de nuestros ojos, de nuestra sensibilidad, acostumbrada a disfrutar su pintura en una descontextualización en exceso analítica, parca, vacía, sin carácter, y que descubre ahora que, en efecto, puede contemplar al Greco a la luz del Greco.
Es esta una pintura circunstancial –avisa nuestra sensación-; pintura de iglesia, pintura de ambiente, que es como nunca se ve la pintura. Por aquí puede venir acaso ese gran secreto místico que emana del arte del cuasitoledano, quién sabe si el auténtico secreto de su pintura. Por aquí viene aquella otra información que hacía paradigma a su pintura del arte de las vidrieras, como gustaba mencionar d´Ors.
Loemos esta iluminación que se nos ha revelado en Ciudad Real.


Las otras virtudes de la muestra, que quedan como anuncio, pergeños y atisbos interesantes, son la condición psicológica del apostolado y el acompañamiento de grabados. Efectivamente, esta serie de cuadros imagina o retrata a los elegidos de Cristo, como mimesis, como retrato en estrecha relación con los locos del Hospital Toledano “del Nuncio”, aquel con el que jugara alguna vez Cervantes y retratara certeramente Lope. Tesis ésta que se deja traslucir en algunas páginas del Cossío y en los brillantes estudios del médico historiador, don Gregorio. Apuesta algo “romantizante” que no obstante da que pensar. La exposición de grabados nos informa de los modelos que servirían de estímulo compositivo y creativo al Greco, eficiente muestra del procedimiento de trabajo, las más veces iconográfico, de un pintor y de un taller.

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