¿PROYECTO DE POSMODERNIDAD? JULIAO SARMENTO




UNA OBRA DE JULIAO SARMENTO.

Another Subjective Dialetic of Prohibition. 2004. Una pared blanca. Un reloj de pared de esfera blanca y anillo de metal sobre la pared blanca. Una silla de madera. Una mujer descalza que en pie sobre la silla apoya sus manos en la pared. La mujer viste falda negra y blusa blanca. No tiene cabeza. La sombra de la mujer sobre la silla se proyecta sobre la pared. Con su mano izquierda, la mujer podría alcanzar el reloj de pared. Pero reloj y mujer permanecen espaciados, ausentes, sin relación. Acaso la única relación sea el tiempo y el espacio porque ambos están en contacto con la pared. Ambos comparten el tiempo.
No hay más en esta “medio escultura” de Juliao Sarmento. Medio escultura porque el resto es instalación. En efecto, hay elementos que le son necesarios e insalvables a la obra: la luz, el espacio. El espacio es suelo y pared. La luz, luz artificial que proyecta un mundo de sombras sobre el blanco del muro. Las sombras son el cuerpo de la mujer y la silla, unidos, fruncidos e hilvanados por el carácter de sombra. En la realidad escultórica, la silla es de madera; la mujer, un maniquí de resina. La silla es marrón, la mujer viste de blanco y negro y sus manos y piernas destacan en contraste con la pared y sus sombras.

Referencias abiertas y volátiles nos toman. ¡Qué le vamos a hacer, si este es nuestro mundo, mundo de citas! Nadie puede, ni debe substraerse al Mito de la Caverna. Nadie puede, ni debe eludir el tiempo huidizo y el aprovecha el momento. Ni podemos evitar relacionar la silla que soporta este cuerpo femenino con la silla de Kosuth. Ni podemos evitar ver en el descabezamiento, una airada protesta de la mujer objeto. Ni nos eludimos nosotros, espectadores, como copartícipes de la escena, metidos en ella, siendo parte de ella, dentro, pero ajenos al acontecer, ajenos incluso a su lógica.
Un largo mundo de imágenes reflejas se proyecta en la “escultoinstalación”. Vemos, observamos, vigilamos. Vemos la imagen proyectante de sombra; esa imagen es una mujer, la mujer que hace su mundo con las manos unidas a la pared, sobre una silla, condenada a formar parte de esa pared, de espaldas a nuestro mundo. Vemos la sombra que es la imagen de la imagen. Nos recreamos en la sombra como en un mundo inerme. Intuimos entonces que tal vez somos observados como espectadores, que alguien observa nuestra misma observación y nos observa en nuestra circunstancias de espectador. Un ojo vigilante denuncia nuestra fruición, la fruición de la observación del mundo ajeno, mundo ajeno con sus propias circunstancias. Las circunstancias son las extrañas asociaciones de espacio-tiempo-cosas que apenas logramos percibir. Porque están fuera nuestra lógica, incluso de toda lógica.
El caleidoscopio de espejos reflejos aumenta y nos saca el sinsentido que la vida tiene en la observación.
Un mundo de sombras viene a evidenciar ese incierto mundo de imágenes reflejas, mundo preñado de muñecas rusas en que una realidad contiene a otra. Son las sombras. La realidad de la sombra es la degradación de la imagen. En la sombra, mujer y silla van unidos y confusos, y no se observa la sombra allí donde se da la unión de manos y pared: las manos no proyectan sombras, falta la sombra de las manos que es el mismo punto de unión entre las dos realidades. El mundo de las sombras es un sucedáneo que más que acercarnos nos aleja de la realidad. La realidad es esta mujer. O eso creemos ya que, en el aserto platónico (ese tópico que ya se ha hecho tan común y por lo tanto tan falso) la obra de arte es, nada más, la sombra de nuestro mundo. Esta mujer de resina, sin cabeza y con falda negra que está sobre una silla de madera es, una sombra de nuestra realidad. ¿Y nosotros, espectadores, de qué somos sombra?
La fuga de la verdad se perpetúa. Estamos ante el problema de la alteridad posmoderna. Nada está al alcance de nuestra mano salvo la sugerencia de infinitos mundos, en las sucesivas proyecciones, copias que revelan la verdad de lo copiado, ¿o es al revés? Lo copiado revela la verdad de las copias. Un mundo en el que la verdad es un pequeño discurso. Un mundo en consecuencia, en el que no hay sino distintas realidades.
He aquí que la silla nos lleva a Kosuth, y Kosuth al concepto de arte. ¿Que es, en este sentido más real: el arte, el concepto de arte, la imagen de arte? Ahí está la silla. Sobre ella la mujer de falda negra que no nos mira, que no nos mirará porque ella es otro cosa. ¿Un objeto tal vez? El objeto de nuestro mirar sin duda.
Descabezada, la mujer es un objeto. Objeto cara a la pared. ¿Qué cara si no tiene rostro? La mujer es una constante en la obra de Sarmento, y si no supiéramos esto, apenas lograríamos percibir nuestro carácter de voyeur, de “objetualizadores” de deseos, de despersonalizadores. Hasta nos sentimos defraudados, porque acaso a esta imagen le sobra ropa. Sé que al pergeñar este razonamiento estoy defraudando las expectativas de un virtual público femenino. Pero creo que Joao Sarmento y yo sabemos muy bien de lo que hablamos, él con imágenes y yo con palabras.
Para eso está el tiempo. El reloj que todo lo preside, por el que todos hemos de pasar. También la obra, esta obra, pese a que las manecillas puedan no moverse. El tiempo pasa por ella, y con el tiempo pasa la verdad del momento, la verdad eterna. La verdad es solo temporal. Muere. Fenece. Hay tiempos, sucesiva sucesión de tiempos en nuestras vidas. En cada mirada posamos uno de estos microtiempos sobre la obra, en ellos la verdad ya se ha mudado. La realidad de la obra se aniquila en el tiempo. El tiempo se aniquila en esta obra en donde mujer y reloj comparten un espacio.

La tesitura del arte actual es esta. Un caleidoscopio roto, Una sucesión de imáganes. Un cosmos de sombras. Una mirada mirada, vigilada. Un no saber qué saber.
Lo que le pasa a cierto arte actual es que resulta incapaz de sacudirse la filosofía. Triste sino, pues se despeluzna como una loco, se alborota. Pero está bien, eso está bien: estira el concepto de arte, lo agranda, explaya la sensibilidad, explora y elude fronteras, se difumina, agota las posibilidades de la tradicional exposición espacial, no circunscribe la verdad. Eso sí, mata la posibilidad de la contemplación. ¿Y no es la contemplación la base substancial de todo arte? Sea esta la gran paradoja que intuyo en la obra del portugués Juliao Sarmento.

http://www.juliaosarmento.com/

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