RENOIR en el Museo del Prado.



Pasión por Renoir. Una colección de impresión.

“Impresionante”, será uno de los comentarios que Usted podrá escuchar a propósito de la exposición de Renoir en el Museo del Prado. “Impresionante”, en tanto espera en la larga cola para sacar sus entradas. Lloverá, y como Usted ve que nadie abandona sus posiciones, se dirá “en verdad tiene que ser impresionante” esta curiosa colección de la Sterling and Francine Clark Art Institute. Con razón pueden titularla “Pasión por Renoir”, y con razón podemos decir que el señor Clark nos ha contagiado su pasión antes incluso de conocerla; solo hay que ver el reguero de expectantes espectadores.


Aunque lo realmente impresionante, además de las colas y esperas, es la afición y el gusto que el público, galerías, museos y curators profesan últimamente al impresionismo. Es pasión no solo ya por Renoir, es pasión por todo ese arte finisecular de la pincelada suelta y colores puros. Por ese “modismo” francés un tanto dulce, fácil de degustar, en exceso burgués y, curioso, tan reconocido como tradicional, opuesto a lo contemporáneo, a lo posmoderno, a la vertiente intelectualoide del último arte. Jardines impresionistas, los impresionistas, Monet … Impresiona tanto impresionista. En fin, esto de las modas expositivas es cosa muy curiosa, y no cabe duda de que el impresionismo atrae, que el impresionismo estimula, que el impresionismo vende.
Esta “Pasión por Renoir” que se contemplará en el Prado hasta el mes de Febrero, está dentro de las nuevas vicisitudes expositivas que trajeron, entre otros, a Turner o a Sorolla, gustosa apertura esta de la famosa pinacoteca al mundo; y a las colas. Da para mucho juego, no cabe duda, lo del diálogo con los clásicos. Lo moderno siempre increpa o armoniza con las reconocidas firmas de quienes ya habitan el Museo para la eternidad y que, sin duda, cansan de ser tan vistos y que enfrentados a la impresión, claman por su adusta seriedad. Y todavía tendremos que seguir viendo muchos de estos diálogos, encuentros y desentendimientos. También colas, zigzagueantes colas que hablan de un museo vivo, económicamente vivo, abierto de verdad, como supuestamente ha de ser un museo.
No quepa duda de que algo hay de bueno en ello, y es que se ve arte, se ve pintura. Bueno, ver, lo que se dice ver, con mayor paciencia, con más incomodidades, pero ¡ojala sirviesen estos tumultos para amplificar los gustos! Lo que pasa es que, muchas veces, las expectativas del público superan lo exhibido, y el gusto, si cabe, está antes que su amplificación; porque téngase presente que el gusto sólo se cultiva ampliándolo, no hay más pedagogía estética.

La colección de obra de Renoir que amalgamó el millonario norteamericano Robert Sterling Clark a fines del siglo XIX, no es tan impresionante como cabría esperar. Primero, porque Usted, como muchos de los que han hecho cola estas Navidades y fines de semana, esperaban ver una especie de grande y tumultuosa exposición. No, es pequeñita, apenas más de una veintena de cuadros. Permite, eso sí, el disfrute de uno de los más peculiares artistas del llamado impresionismo. Permite hacerse una idea de lo que es Renoir, al menos del Renoir que gustó al Señor Clark.
¿Y cómo era ese Renoir? Pues como buen americano el coleccionista, con un tanto de inversor, apostó por, o fue fraguando, un Renoir representativo, un pintor que se manifiesta en intereses pictóricos variados según el género y la temática que aborda. Si cabe, un impresionista poco impresionista (esto si es que hubo impresionistas realmente impresionistas).


Retratos y autorretratos, (paisajes como no podía faltar tratándose de impresión), bodegones y flores, desnudos, esa es la gama de sus representaciones que pasan por el impresionismo como de puntillas y casi como sin querer. Sálvense, es verdad, los paisajes, porque la pintura al aire pleno parece demandarlo, y porque en estos son más acusables las directrices científicas de la doctrina impresionista. No ocurre así con otras vertientes, salvadas excepciones. De hecho, los elementos más interesantes de la exposición, que destacan sobremanera del resto de obra, son los retratos, tal vez por su profundidad psicológica (manida pretensión esta de hablar de la psicología del retratado); tal vez por la delicadeza en la representación de lo femenino y de la infancia. O tal vez por esa tremenda austeridad y dicotomía de fondo y figura que recuerda en mucho al retrato hispano y velazqueño. ¿Será la connivencia de las figuras con las gamas cromáticas? Tienen sin duda estos retratos un sugerente atractivo. Y más, en ellos se intuye ya el que será vicio de Renoir, el amor a la carnosidad, el aprecio por las nacaradas epidermis, la atracción por la sensualidad, que derivará en la expresión del desnudo femenino, en hartura de voluptuoso candor, no exento de erótica, una erótica que configura sin duda la erótica de su pintura. Pudiera ser este el Renoir más Renoir, y no sabremos del todo si el Renoir que más gustó a Robert Sterling Clark.

http://www.museodelprado.es/exposiciones/info/en-el-museo/renoir-1841-1919-la-coleccion-del-clark-art-institute/comentarios-del-comisario-video/

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